
Por: Alberto Acosta Espinosa*
“La economía es una ciencia muy particular. Los problemas y las controversias aparecen apenas se da el primer paso en esta rama del conocimiento, apenas se plantea la pregunta fundamental: de qué trata esta ciencia. El obrero común, que tiene sólo una idea muy vaga de qué es la economía, atribuirá su falta de conocimiento a una deficiencia en su educación general. Pero en cierto sentido comparte su perplejidad con muchos estudiosos y profesores eruditos, que escriben obras de muchos tomos sobre el tema de la economía y dictan cursos de economía a los estudiantes universitarios. Parece increíble, pero es cierto: la mayoría de los profesores de economía tienen una idea muy nebulosa del contenido real de su erudición.”
Rosa Luxemburg
Antonio Romero Reyes nos invita a continuar desentrañando lo que significa la economía. Inspirado en críticas profundas como las de Rosa Luxemburg, él abre la puerta a un análisis destinado a desnudar las miserias de la economía dominante, enfocando su atención en un momento de la evolución del capitalismo: el neoliberal, en un lugar específico: el Perú. Y en este empeño nos propone una lectura sugerente y motivadora.
Bien sabemos que la economía se encuentra en una encrucijada cada vez más compleja. Los problemas que le acosan y los retos que tiene que resolver son cada vez mayores y más difíciles de asumir. Y lo que exaspera es ver cómo -a pesar de tantas limitaciones y falacias- la economía se ha transformado en una suerte de gran totem al que se le rinde permanente y sumisa pleitesia.
Sin intentar siquiera conocer los límites de “la jaula de hierro mental” del consenso neoliberal y de la colonialidad del saber -temas que enfrenta con firmeza el autor-, se desplieguen acciones para proteger la economía, presentándolas como alternativas para intentar resolver justamente los problemas que la economía, tal como la conocemos, provoca. Siempre habrá quienes argumenten que el problema radica en la ausencia de coherencia en la aplicación de las medidas económicas, justamente aquellas medidas que ellos consideran adecuadas, las que, por lo demás, son presentadas como técnicas. Es decir, carentes de juicios de valor. Así, los defensores de la economía verde o de las otros economías convenientemente bautizadas o pintadas argumentan pidiendo que se profundicen sus recetas y que se las cumpla a cabalidad. No importa que su pedido sea un imposible, pues lo que proponen es que la realidad se ajuste a sus teorias.
No será fácil superar tantas superticiones e inclusive estafas disfrazadas de ciencia económica. Toca vencer visiones miopes, así como reticencias conservadoras y prepotentes que esconden y protegen varios privilegios. Igualmente será necesario dejar atrás aquellas aproximaciones dogmáticas propias del marxismo de los manuales. Conocer estos escollos resulta crucial. Por esa razón Antonio nos invita a conocer “las miserías de la economía” transformadas en ideas guía indiscutibles, aparentemente tan difíciles de superar tanto como tratar de escapar de la propia sombra.
La economía, recordémoslo, ha tenido y tiene una vida muy interesante, pero a la vez atribulada. A lo largo de su historia se han sucedido diversas teorías, como parte de un proceso complejo, para nada absoluto ni continuo. En este empeño, sin posibilidad de avances mecanicistas o de espacios para un predominio monopólico por parte de alguna teoría, se han propuesto diversos nombres para definir a la economía y se han escogido muchos calificativos para distinguirla de las otras ciencias sociales, más allá de sus múltiples escuelas. A pesar de las múltiples limitaciones que arrastra, la economía, en tanto ciencia que justifica y sostiene los privilegios de unos pocos, da paso a la “colonización” de las ciencias sociales, particularmente la ciencia política, como anota Romero Reyes. Sin lograr salir de su laberinto, la economía ocupa un puesto imperial entre las ciencias sociales. Es más, paradójicamente la economía procura desligarse de las ciencias sociales para aproximarse a las ciencias exactas y naturales.
Con estos antecedentes, en este libro, en siete sugerentes capítulos, se debaten temas sustanciales, como son la relación entre teoría económica y ciencias sociales; alineación y trabajo enajenado; de la economía vulgar al dogma del crecimiento; una crítica epistemológica a la teoría económica del consumidor; falacias del neoliberalismo; política económica versus políticas sociales; el misterioso fetichismo del capital; de la alineación universal a la descolonialidad. Cada uno de estos capítulos ameritaría un análisis independiente, pero su verdadera riqueza se encuentra en relievar la complejidad del todo; un todo marcado por la existencia de alineaciones plurales y diversas, y de contradicciones fundamentales -también en plural-, que explican la brutalidad de la civilización del capital, como bien consigna el autor.
Por igual son dignos de destacar esos debates que recrea Antonio teniendo como prisma su Perú: un país de múltiples facetas y fracturas, de renovadas e inexistentes modernidades, de las siempre presentes colonialidades y de una permanente ebullición social.
Aquí, en estas páginas, encontramos los enfrentamientos con los fetichismos y misticismos del capital, que incluso pretendieron manipular la esencia del mundo indígena, como lo intenta la propaganda ideológica de Hernando de Soto. Por igual emergen los renovadores y emancipadores caminos que proponen las lecturas de las colonialidades del poder, del ser y del hacer de Aníbal Quijano; las demandas de utopía movilizadoras y siempre actuales de Alberto Flores Galindo; las reflexiones motivadoras de Jürgen Schuldt empeñado en encontrar otras vías para el desarrollo cuestionando, por ejemplo, la civilización del desperdicio y los extractivismos; para citar apenas un par de autores cuyo pensamiento está presente en este libro. Y por cierto en las reflexiones de este libro planea el pensamiento siempre reverberante del Amauta: José Carlos Mariátegui, cuyo trabajo de inicios del siglo XX plantea actuales y valiosas intuiciones para entender cómo la colonialidad consolida las subordinaciones y alineaciones latinoamericanas a los grandes centros capitalistas mundiales tanto en la economía como en un sinfín de dimensiones sociales y culturales.
Este debate tensionante y motivante entre la evolución de la sociedad peruana, de su economía y el debate ideológico encuentra un espacio reiterado en el libro. Son aproximaciones múltiples y diversas, no siemple excentas de ciertas complejidas para quienes no siguen de cerca la vibrante y atribulada evolución de una sociedad atrapada en un pasado colonial y un presente también colonial, en el que las élites virreinales, inclusive las que se consideran de izquierda -viudas de todos los dogmatismos posibles-, parecen incapaces de sintonizarse con lo profundo de ese Perú plurinacional.
Concentremos nuestra atención en un punto medular del libro: el tema de la mercancia, especialmente vista desde la explotación del trabajo, que aparece como eje dominante. Esa creciente e imparable mercantilización de la vida nos conduce a una situación dramática: el mundo vive un doble y acelerado proceso de deshumanización de la Humanidad y desnaturalización de la Naturaleza; tema que ya anticipó el propio Carlos Marx. En síntesis, la transformación del trabajo en mercancía y de la Naturaleza también en mercancía, como base de la acumulación del capital, plantea un escenario indispensable de ser conocido y comprendido para poder proponer alternativas estructurales a la civilización de la mercancía. Centrarse en una solo de las caras de este doble proceso, plantea un déficit que es indispensable superar, entendiendo que lo social y lo ecológico forman un todo.
“El mundo de los economistas es el mundo del fetichismo de las mercancías, el mundo del mercado operando sobre un vacío social”, nos dice Antonio; y vacío ambiental, cabría añadir. Esa “economía -en palabras de Antonio- razona teniendo como paradigma un mundo invertido, porque ha perdido de vista que detrás de los intercambios –de todo intercambio- hay relaciones sociales y de poder desiguales, lo cual no se resuelve remitiendo el asunto a parcelas especializadas aun dentro de la misma disciplina económica (por ejemplo, la economía institucional); es un seudo paradigma donde las cosas son más importantes, con una existencia independiente de las condiciones de vida de las personas, lo cual permite hablar del fetichismo de la teoría (´autorregulación´ de los mercados en la microeconomía; crecimiento del PBI, equilibrios scal y de balanza de pagos en la macroeconomía). Es un fetichismo que mantiene atrapado al razonamiento económico –micro o macro economía- en el reino de la relación social entre objetos”; y sin considerar Naturaleza, cabria apuntar nuevamente.
Al revisar los orígenes de la vieja economía política es factible encontrar que la Naturaleza no era la protagonista en las elaboraciones teóricas y prácticas, las cuales se mantuvieron cargadas de un marcado antropocentrismo y de una fuerte dependencia en la noción de progreso. En oposición a esa vieja economía política vendría la crítica planteada por Carlos Marx, quien, si bien mantuvo también un fuerte sesgo antropocéntrico y estuvo guiado en la noción de progreso, planteó una noción de “metabolismo social-natural” como forma de representar a la compleja unidad dialéctica formada por seres humanos y Naturaleza. Una unidad que sería continuamente trastocada por la civilización capitalista que, en su proceso de acumulación permanente, provoca “rupturas metabólicas” que mercantilizan y explotan cada vez más tanto a la fuerza de trabajo como al mundo natural, conformado sociedades profundamente alienadas. Antonio Romero lo ratifica: “el imperio de la lógica del capital engendra y perpetúa, en un metabolismo aparentemente interminable, una sociedad alienada “.
Dicho “metabolismo” no es estático, sino que cambia a medida que se modifica la forma concreta en que los seres humanos producen, con lo cual se entiende que la valorización del capital necesariamente trastoca a toda la interacción. Incluso Marx reconoce que con el aumento de las fuerzas productivas y el mayor requerimiento de materias primas y materiales auxiliares empujados por la acumulación capitalista, todo el proceso de producción se vuelve más inestable, pudiendo llevar hasta al surgimiento de crisis (como perturbación tanto del “metabolismo” social como natural). En otras palabras, la valorización del capital se encuentra necesariamente condicionada por el lado material, al punto que incluso tal valorización puede volverse “físicamente imposible”.
Todo esto, sin embargo, no implica para Marx que el capitalismo colapse de inmediato, pues existiría un “poder elástico del capital” con el cual éste reacciona -dentro de ciertos límites- ante esas perturbaciones “metabólicas”. Dicho “poder” se basaría en varias características del mundo material que pueden ser explotadas tanto en forma extensiva como intensiva según las necesidades del capitalismo, pero no de forma infinita. En definitiva, en varios de sus trabajos fundamentales, Marx expresa la existencia de una permanente tensión entre Naturaleza y capital. Tal elemento crítico es crucial para comprender que el aporte de Marx es totalmente opuesto al mero anhelo clásico y neoclásico de una acumulación material ilimitada, que está presente por igual en los socialismos antropocéntricos.
Así las cosas, la Naturaleza devino en mera proveedora de insumos y espacio de almacenamiento de desechos. Y el pensamiento económico contemporáneo quedó entrampado en una visión reduccionista de la Naturaleza-mercancía, punto de partida de muchas políticas económicas depredadoras de las sociedades y de la naturaleza.
Los saldos de estas necropolíticas están a la vista. La acumulación material – mecanicista e interminable de bienes–, asumida como progreso, carece de futuro. Tampoco tiene futuro el desarrollo, que es un derivado de dicho progreso. Los límites de los estilos de vida sustentados en la bonanza antropocéntrica son cada vez más notables y preocupantes. Tan es así que Antonio recupera la advertencia de Aníbal Quijano, quien con claridad anticipó que en “el capitalismo, la historia del capital, avanza ahora más rápida e irreversiblemente en la dirección de su última realización. Cuanto más exitoso y más plenamente realizado y gracias exactamente a su éxito, se despide de sí mismo.”
En este proceso de despedida, en medio de un verdadero colapso civilizatorio, son fáciles de avizorar los problemas. Mencionemos algunos. Consumismo y productivismo. Tecnologías alienantes que aceleran la acumulación del capital. Estados cada vez más autoritarios. Ambición y egoísmo desaforados. Individualismo a ultranza transformado en enfermedad social. Hambre de millones de personas, no por falta de alimentos. Extractivismos desbocados. Flexibilización/precarización laboral. Múltiples marginaciones y alineaciones sociales y culturales. Inconmovibles racismo y patriarcado. Predominio de las finanzas, sobre todo en su trajinar especulativo. Inclusive el coronavirus, por sus orígenes zoonóticos, emerge como un problema de la civilización del capital por la destrucción de la biodiversidad alentada por la codicia de riqueza y poder. Y todo con un culto a la religión del crecimiento económico permanente, que en el caso del Perú encuentra una de sus manifestaciones más notable en Nuestra América.
Tanta barbarie exacerba cada vez más las brechas entre ricos y pobres, deteriorando las condiciones de vida de las actuales generaciones, al tiempo que anticipa crecientes limitaciones en el futuro. Por su origen, todos estos desequilibrios son múltiples y crecen aceleradamente, provocando procesos sociales que superan las fronteras nacionales, por ejemplo, a través de crecientes flujos migratorios. Todas estas duras realidades, por otro lado, explican el aumento de los niveles de represión y exclusión existentes, con el consiguiente deterioro de la institucionalidad política. Y Perú, nuevamente, se transforma en un ejemplo por tantas distorciones y brutalidades que conviven con el “éxito” de su economía neolibral, es decir del “modernizado esquema primario-exportador de acumulación”, en palabras de Jürgen Schuldt. “Éxito” que es desmontado de forma detalla por el autor de este libro.
Vistas así las cosas, motivados por estas páginas de profundo contenido, entendamos que es vital asumir lo que representa la crisis multifacética del capitalismo, que a todas luces configura una crisis civilizatoria, que acarrea también la crisis del pensamiento: si somos honestos y vemos las soluciones planteadas a nivel gubernamental y de los organismos internacionales constatamos que se ha menoscabado la construcción -o siquiera discusión- de las grandes soluciones que el mundo necesita en muchos aspectos, especialmente en el ámbito de la economía.
Un manejo diferente y diferenciador en lo económico exige cambiar las demás dimensiones sociales, que no se agotan en la racionalidad y calidad de las políticas sociales. Su reformulación debe basarse en la eficiencia tanto como la suficiencia y la solidaridad, la igualdad y la equidad, fortaleciendo las identidades culturales de las poblaciones locales, promoviendo la interacción e integración entre movimientos populares y la incorporación económica y social de las masas diferenciadas.
Otra economía para otra civilización implica transitar del antropocentrismo al biocentrismo, enfrentando todas las alineaciones e inequidades propias del capital. Una nueva civilización no surgirá por generación espontánea, ni será el resultado de la gestión de vanguardias iluminadas. Se trata de una construcción y reconstrucción paciente y decidida desde el seno del propio capitalismo -Marx lo entendía así-, especialmente desde ámbitos comunitarios. Esfuerzo que demanda el desmonte de varios fetiches, empezando por los fetiches del dinero, la ganancia, el crecimiento económico, la mercancia totalizadora, entre otros temas asumidos como verdades indiscutibles. En consecuencia un proceso que también propicie cambios radicales a partir de las muchas experiencias existentes.
Dentro de una propuesta de subversión epistémica para la transición, en una post-economía -no necesariamente una antieconomía- se debería recomponer el “metabolismo social-natural” y el “metabolismo social” trastocados por la lógica capitalista en su afán precisamente de valorizar el capital. Para lograrlo, entonces, no solo se puede aprender de cómo el pensamiento económico desfiguró la forma de entender a la Naturaleza, sino que también se debe aprender de la experiencia vivencial de quienes, desde realidades culturales concretas en sus respectivos territorios, han logrado sostener formas de relacionamiento social alternativas al capitalismo. Y este esfuerzo empieza por superar las visiones del valor de cambio avanzando hacia la generalización del valor de uso, incorporando de forma decidida y profunda el valor intrínseco de todos los seres vivos (incluyendo los espíritus en clave plurinacional y multicultural), independientemente de su posible utilidad para los humanos.
Dicho esfuerzo, para construir otra economía, demanda de transiciones específicas a partir de paradigmas emancipadores, tanto como visiones y propuestas transdisciplinarias, para transitar hacia una civilización post-capitalista. El objetivo es trascender y enterrar la racionalidad instrumental de las ciencias económicas estudiándolas de forma rigurosa para desmontar su “´caja de herramientas´, que puede servir a los propósitos tanto del defensor del establishment como del reformador, diferenciándose la posición de cada uno según el manejo que se haga de los ´instrumentos´”, en palabras del propio Antonio.
No empezamos de cero. El marxismo, como lo demuestra el autor, aporta y mucho, pero no es suficiente. Existen valores, experiencias y prácticas civilizatorias alternativas, como las que ofrece el Buen Vivir o sumak kawsay de las comunidades indígenas andinas y amazónicas; cuestión que merece alguna mención por parte de Romero Reyes. A más de las visiones de Nuestra América hay otras muchas aproximaciones de alguna manera emparentadas con la búsqueda de una vida armoniosa en todos los continentes. Y este esfuerzo de recuperación de memorias largas en el mundo de los pueblos originarios debe darse también rescatando todas aquellas valiosas y todavía vigentes lecturas y propuestas formuladas desde las diversas teorías de la dependencia, superando, por cierto, su sesgo antropocéntrico y modernizador. Este esfuerzo demanda también recuperar el enorme potencial del paradigma feminista de los cuidados y las visiones decoloniales.
En suma, nos toca construir otra economía en clave de pluriverso, para potenciar un mundo donde quepan otros mundos, sin que ninguno de ellos sea víctima de la marginación y la explotación, y donde todos los seres humanos y no humanos vivamos con dignidad. Vistas así las cosas terminan siendo más que elocuentes las palabras del propio Amauta: “por los caminos universales, ecuménicos, que tanto se nos reprochan, nos vamos acercando cada vez más a nosotros mismos”.-
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*Alberto Acosta: Economista ecuatoriano. Compañero de lucha de los movimientos sociales. Profesor universitario. Ministro de Energía y Minas (2007). Presidente de la Asamblea Constituyente (2007-2008). Candidato a la Presidencia de la República del Ecuador (2012-2013). Autor de varios libros.