Por: Cristóbal Quishpe Lema
Lingüista, Kichwa, Panzaleo
Foto portada: Cortesía Dinero.com
Diciembre 26 de 2020
Como sabemos, el discurso es la expresión formal para comunicarnos, que puede ser oral o escrito, que siempre es para comunicar sentimientos y buenas intenciones o consejos como la homilía. Tan parecido al discurso u homilía deberían usar los candidatos a ser presidente y asambleístas para comunicarse con el público. En realidad, esto no ocurre. Los candidatos de derecha e izquierda se transforman en populistas que dicen cualquier mentira para simpatizarse con el pueblo. Esto se llama demagogia, la estrategia o el poder para conducir al pueblo hacia sus intereses obscuros.
Hay que cuidar mucho de las lisonjas y de la demagogia que es la manipulación deliberada de aquellos que aparentan humildad u honestidad, con el fin de obtener favores y ganarse de adeptos, expresando en público sus ideas y sus opiniones utilizando argumentos “bien“ hablados que supuestamente serán agradables para los que están escuchando, pero que en realidad manipulan los sentimientos, las emociones y la voluntad de la gente, a través del uso de falacias y mentiras.
La política no es lo mismo que politiquería. La política es el arte de gobernar a una nación o sea conducir al pueblo. En la práctica, hablar de política, significa toda actividad que persigue la conquista y conservación del poder del Estado, para administrarlo y dirigir su gobierno, a nivel nacional o seccional, pero siempre en la búsqueda del bien común, porque esa es su esencia, sin ninguna discusión. El bien común, dentro de la organización política, debe entenderse, como todo recurso que necesita la persona para vivir con dignidad en forma individual y comunitaria.
La politiquería en cambio se la debe calificar como el camino perverso, egoísta e individualista, en donde se fraguan las pasiones más oscuras de los ambiciosos, deseos de atracar los dineros del Estado, desleales, vanidosos, presuntuosos y enemigos soterrados de la sociedad.
Estimados conciudadanos, sabemos que muchos candidatos que figuran para las próximas elecciones son unos consumados demagogos que arman palabrerías a favor de ellos, que saben cómo mantener activa su base de ciegos adoradores.
Los populistas y demagogos no son capaces de presentar un programa convincente de trabajo para el bien común, engañan con slogans que les emborrachan a las multitudes.
La idea básica que atraviesa la historia moderna y el liberalismo del siglo XXI es que el público debe ser marginado. El público en general es visto no más que como excluidos e ignorantes que intervienen, como ganado desorientado, no saben porque gritan desaforadamente a favor de su candidato lobo con piel de oveja.
No deberíamos estar buscando héroes ni buenos charlatanes, deberíamos estar buscando a personas con buenas ideas, que tenga buenas propuestas para hacer una minga para levantar la economía y educación del pueblo. No queremos que hagan minga para robar los dineros del Estado.
En un extremo hay sociedades étnicas ancestrales (indígenas) y campesinas que tratan de detener la carrera hacia el desastre por medio de paros. En el otro extremo, las sociedades más ricas, poderosas y sus adeptos que corren a toda velocidad para destruir el entorno lo antes posible. Por tanto, es la responsabilidad de los intelectuales decir la verdad y exponer las mentiras y no servir de burro pie de los demagogos.
No podemos progresar mucho porque la educación actual sigue siendo bancaria, memorística y masiva. La Enseñanza debe inspirar a los estudiantes a descubrir por sí mismos, a cuestionar cuando no estén de acuerdo, a buscar alternativas, si creen que existen otras mejores, a revisar los grandes logros del pasado y aprenderlos porque les interesen.
Me acuerdo perfectamente, mi padre y luego yo, estuvimos en paros y no había clases en las escuelas, colegios y universidades. Obviamente, era un tiempo mucho peor que ahora, pero había un sentimiento de que todos estábamos juntos en ello. Las organizaciones indígenas, campesinos y los gremios de trabajadores estaban organizados, habían movimientos populares. Se tenía la idea de que juntos se podía vencer a la crisis y eso se ha perdido. Ahora vivimos la sensación de que estamos divididos o solos, de que no hay nada que hacer, de que el Estado está contra de nosotros.
Mientras la población en general esté pasiva, apática y desviada hacia el consumismo o el odio, el gobierno y los poderosos podrán hacer lo que quieran, y los que sobrevivan se quedarán a contemplar el resultado. Pueblo ecuatoriano es hora de ver y oír para discernir quién es el candidato que nos pueda sacar de la crisis social, educativa, ambiental y económica en la que nos encontramos sumidos.
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