Por: Inti Cartuche Vacacela
Kichwa, Saraguro. Sociólogo
Diciembre 20 de 2019
Parte I
Este año que termina podría ser recordado como un año de quiebre para las sociedades alrededor del mundo capitalista. A nivel mundial ha continuado el avance de la ultra derecha y una vuelta fuerte del neoliberalismo en muchas regiones, particularmente en Abya Yala o América Latina. Pero también ha presenciado la emergencia de muchas luchas de resistencia justamente a ese proceso de derechización mundial en medio de la crisis civilizatoria –que ya no es novedad– con su cara más visible, pero no única, de la crisis ambiental. En el contexto mundial se ha presenciado la consolidación de China como contradictor principal de la hegemonía de EEUU que se ha transformado en guerra comercial con las consecuencias que eso tiene. La agresión estadounidense y de las grandes grupos de poder continúa en el medio oriente, ahora contra los logros democráticos del pueblo kurdo por ejemplo. Europa a su vez enfrenta un avance de posturas ultra derechistas que ponen sus armas contra la inmigración de los pueblos del África y de otras regiones, contra los pueblos musulmanes que en la actualidad son los nuevos judíos del continente. Esto en medio de la avanzada neoliberal transnacional que ha provocado por ejemplo un levantamiento en Francia en las últimas semanas.
Los gobiernos progresistas y el avance de la derecha en la región
En nuestro continente uno de los elementos a tomar en cuenta es el llamado fin del ciclo progresista con las respectivas crisis de sus gobiernos. Uno de los países que lleva ya algunos años en ese camino es Venezuela. La debacle económica producto de la caída de los precios del petróleo y los efectos perniciosos del bloqueo estadounidense de Trump a mediados de año, más el conflicto político sin solución con la derecha venezolana ha provocado graves consecuencias sociales, como la subida de los niveles de pobreza, la falta de alimentos, medicamentos, etc lo que ha llevado a la población a salir masivamente hacia otros países de la región.
A esto hay que sumar el triunfo del ultra derechista Bolsonaro en Brasil a expensas del candidato progresista heredero de Lula y Dilma. La llegada de este presidente en la región ha marcado nítidamente el vuelco hacia una derechización política, luego de un poco más de una década de gobiernos progresistas. Pero también ha encendido las alarmas del ascenso de un conservadurismo social de la mano de las iglesias evangélicas, que en Brasil jugaron un rol importante en las elecciones. La emergencia de estas iglesias ha puesto en la mira los procesos más silenciosos, pero no menos peligrosos, en relación a los derechos de las mujeres (el tema del aborto), y derechos de minorías sociales y raciales en Brasil, y sus vínculos crecientes con la política y el poder económico.
En Colombia, la llegada de Duque al gobierno ha propiciado el cierre definitivo de un proceso de paz con la guerrilla de las FARC, que suponía una salida democrática al largo conflicto colombiano. La consecuencia concreta más importante de este hecho parece ser la situación de guerra en la que han entrado las comunidades indígenas y campesinas, las organizaciones populares, quienes están enfrentando una escalada de violencia y asesinatos a manos de las renovadas fuerzas paramilitares bajo complicidad del estado. La zona indígena del Cauca quizá ha sido la más golpeada por la violencia.
En México, a finales del año anterior llegó al poder López Obrador (AMLO) después del descrédito político del PRI, dando un quiebre a la casi secular presencia de dicho partido en el gobierno del estado mexicano. El triunfo de Morena ha sido tomado como un progresismo tardío en relación a los gobiernos del sur del continente. La política mexicana así tiene un respiro frente a las posibilidades del continuismo de los partidos tradicionales, marcando –al menos en el discurso– una claro programa progresista no exenta de contradicciones. De todas formas, la crisis social que vive México, violencia del narcotráfico, feminicidios y corrupción, están lejos de solucionarse por parte del estado. Una de las cosas que se han mantenido es el extractivismo y los mega proyectos como el Tren Maya, que afectaría territorios de población indígena y la naturaleza, así como los proyectos mega-mineros en territorios indígenas como la región norte de Puebla, entre otros territorios.
El caso más espectacular del retroceso de los gobiernos progresistas, y prácticamente cerrando el año y la progresiva caída de gobiernos de este tipo, ha sido el de Bolivia y el golpe de estado (disputado a nivel intelectual y social de si fue o no) por los sectores de la derecha empresarial y nuevamente evangélica, después de casi más de 12 años de estancia en el poder de Evo Morales. La caída del presidente sumió en una profunda crisis social y violencia a la sociedad boliviana. Por un lado, los sectores del MAS y afines enfrentando el golpe, y por otro los sectores de la derecha sosteniendo un discurso de cambio “democrático” después de un fraude (que tampoco está esclarecido) que pretendía la reelección del presidente en el gobierno. El golpe o el fraude –posiciones encontradas radicalmente– en la práctica significó violencia contra la gente de a pie, más de 25 muertos en los días de crisis, amenazas de guerra civil, multitud de heridos, persecusiones, vejación racistas a la población indígena –afín o no al MAS– y quema de símbolos como la whipala por parte de las fuerzas derechistas bolivianas. Al final de la historia, una congresista evangélica, con el apoyo de los grupos de derecha se hizo de la presidencia del país con la promesa de llamar a elecciones para enero. El fin del gobierno de Evo Morales deja una profunda polarización social y política, heridas racistas y coloniales que se pusieron a la orden del día en las diferentes capas sociales durante y después de la crisis, y que tomarán tiempo volver a calmar.
La excepción a la debacle progresista es el caso Argentino. A contracorriente del resto de la región, en este país volvió a ganar en elecciones una propuesta progresista de gobierno con Alberto Fernández derrotando al candidato de la derecha. Hay que recordar que Argentina tuvo, después de la salida de Cristina Fernández, un gobierno abiertamente neoliberal de la mano de Macri. La aplicación del recetario del FMI en el país del sur empujó rápidamente al país a una crisis económica, misma que muestra las nefastas consecuencias sociales y económicas de la aplicación del mandato fondomonetarista. Así, en medio de la crisis, los recortes presupuestales en educación, la ampliación de la minería a regiones de la Patagonía y el despojo ya histórico de territorio mapuche, la sociedad argentina volvió a apostar por un candidato que viene de la línea progresista del peronismo. Las expectativas están abiertas para los siguientes años sobretodo en un nuevo contexto de fuerzas políticas y económicas que no son iguales a los comienzos de la era de los Kichner, como han llamado a los gobiernos progresistas de ese país, pero sobre todo en un tema álgido para los pueblos y la naturaleza: el tema del extractivismo minero.