Por: Héctor Cisneros Sánchez
Actor, gestor cultural
Foto portada: Muro Los Perros callejeros
Noviembre 29 de 2020
En nuestras sociedades los gobiernos ejecutan y perfeccionan las formas de ordenarnos, educarnos, civilizarnos con los medios audiovisuales de información, comunicación y entretenimiento. Al ser humano se le encarcela con estas tecnologías, cuyo mensaje es el orden y control para el progreso. Nos imponen una disciplina que nos dará el falso y anhelado ideal de libertad, marcando a la persona como un número más. Ante esta forma de alienamiento surgen las prácticas artísticas liberadoras que escapan de las reglas sociales y sus lógicas represoras que las califican como: inservibles, disfuncionales, resentidas, subversivas, molestosas.
El re-crearse con el arte influye sobre los seres humanos como una salida, un escape. Se opone a lo establecido, al mercantilismo, al materialismo, a la violencia, a la corrupción. Lo hace mediante la creación de sensaciones, de emociones, de imaginación que viven en el cuerpo y tienen que ver con el instinto; no lo hace con la información que nos induce a la copia, lo fácil, lo oficial, el estereotipo, lo “normal”.
El arte sirve para confrontar la realidad social, económica, política, cultural. Es un espacio necesario para complementar la vida integral, la reconstrucción de lo cotidiano como resistencia donde lo que importa no es el fondo y la forma sino su funcionamiento, es decir, el oficio de un arte funcional al ser humano y su medio ambiente y no utilitario al sistema imperante.
Mi experiencia y la de mi colectivo en el oficio de actor me lleva a re-conocer nuestro cuerpo, cabeza, corazón con los medios que nos da la técnica y la práctica para poder re-construirnos mientras conocemos la profesión. Así entendemos que el actor debe tener un entrenamiento y formación permanente y riguroso, para traspasar la cotidianidad y llegar a la intensidad y la energía desplegada al actuar.
Nuestro aprendizaje en el llamado Teatro Callejero, en el estudio y práctica del arte del actor, nos ha evidenciado otras lógicas que cuestionan la educación, información y comunicación institucional. Nuestra vida originada en una clase social y económica empobrecida y explotada, nos vivencia primeramente a resistir estas discriminaciones y exclusiones, que al ser superadas, nos dan fortaleza y experiencia para cumplir lo que vendrá; oponerse al individualismo, al egocentrismo, apelando al grupo, a la comunidad, saliendo a la calle, a la plaza, a los pueblos, a los barrios, sin desclasarse ni desconocer tus orígenes y razón social en búsqueda de una identidad.
La resistencia es directamente proporcional a la persistencia. Es mantenerse con organización pese a las adversidades y la represión que te aplican los gobiernos. Es negarse a ser un buscador de éxitos, fama, triunfo riqueza que te inculca el ejercicio del artista utilitario aquel que te “entretiene” o “distrae” de las desigualdades del sistema. Es oponerse a los lenguajes de la violencia, polución y consumismo que son generados por los instructores sociales.
No somos soldados, preferimos ser obreros que, con overoles de colores, con máscaras, música en vivo, danza, títeres, mimos, reciclan su entorno de forma pacífica y constructiva, al margen de las obligaciones burocráticas oficiales para establecer relaciones de empleo, de auto postulación, “castings”, medallas de vanidad personal sostenidos por la aprobación oficial institucional que pregona la industria cultural.
Cuestionamos la actitud del “artista” de la farándula, del jet-set criollo que te inculca a vivir en el barrio de moda, a ir al cine, al bar o al café en la “zona” donde se exponen los auto nombrados en la tarima de la figuración personal. Ejercemos nuestro oficio a tiempo completo, no como pasa tiempo. En la perseverancia de vivir con dignidad en comunidad, creamos en grupo, aprendemos, entrenamos, ensayamos, compartimos saberes de ritos y mitos con nuestros pueblos originarios.
Como respuesta práctica y estética accionamos a nivel popular con variedad de experimentos escénicos de largo plazo y en permanente revisión como: «La Fiesta», espectáculo grupal intercultural festivo andino ecuatoriano; «La Bailada», revista escénica-musical –historietas sociales en blanco y negro; «El Maskarero», espectáculo unipersonal festivo andino ecuatoriano; El «Rockmiñawi», ritual urbano de resistencia, evento masivo intercultural, confrontación pacifica y creativa en contra de la celebración española de las fiestas de Quito; y «El poeta de las Llecas», recital anual que visibiliza la literatura popular, negada por la historia oficial.
Además, sostenemos un taller-escuela donde se forman profesionales y se recrean aficionados a las artes escénicas de forma gratuita, que pertenecen a sectores sociales de escasos recursos económicos, que no tiene acceso a estas técnicas teatrales, complementan la educación integral a la que todos y todas debemos tener derecho.
La resistencia es una posición política personal que influye en la estética del oficiante del arte. A algunos nos ubica en un punto de vista de empatía con las luchas y causas sociales humanistas que reivindican la paz, justicia, igualdad, cuidado del ambiente, identidad, comunidad, autodisciplina, no violencia. Para estos ideales, al elegir la calle como lugar de trabajo, expresamos nuestro enfoque político. Cotidianamente trabajamos e investigamos, nos construimos de forma independiente, autogestionada. Tratamos de ser coherentes con la práctica y la teoría.