Por: Patricio Pilca
Académico, sociólogo
Foto portada: jorgebanet.com
Febrero 24 de 2021
El exabrupto del señor del ático, Rafael Correa, permite diseccionar un problema de larga data y que muy poco se lo ha tratado: la relación religión, cultura popular, sectores populares. Por supuesto, todas las adjetivaciones para aquel señor son válidas, porque muestra lo burdo de su pensamiento; sin embargo, [a riesgo de ganarme un sin número de enemigos] desde mi punto de vista este hecho repercute e indigna, principalmente, a las “clases medias ilustradas”, porque son éstas las que se sienten “ofendidas”; valdría ver más allá de nuestras redes sociales, porque quizá son otros temas los preponderantes, otras las preocupaciones, otros los sentidos de la vida. Esto no significa aceptar las humillaciones desde el poder, más bien la idea es mirar como esos discursos afectan a un sector en particular; pero más allá de eso, saber que ese sector no es la totalidad de la sociedad, es una visión de las múltiples que hay.
Generalmente la izquierda académica [la izquierda de base, creo que ha tratado mejor el problema], usando de la forma más burda la frase marxista: “la religión es el opio del pueblo”, ha echado tierra en el problema religioso, lo anulan, es más lo mismo hacen con otros fenómenos sociales. Desde una superior moral, que supongo viene desde los libros, piensan que repitiendo dicha frase desaparece el problema, como si por arte de magia se esfumase del imaginario social la religión. Les dan la espalda a reflexiones de ese tipo, ni siquiera la sociología se ha preocupado por el tema. Quizá la poca importancia a autores como Max Weber dan cuenta de aquello; en el mejor de los casos se crean estereotipos, que desembocan en posturas políticas.
Pues bien, la religión es un hecho social que está como un magma en las entrañas de la sociedad ecuatoriana. Una buena parte de la población es religiosa, adscribe ya sea al catolicismo o al cristianismo o alguna de sus variantes. La religión condiciona la vida de las personas. Quizá por eso el citado Weber, la acogió como aspecto central en el desarrollo del capitalismo y de su sociología de la religión.
Si partimos de ese supuesto quizá podamos entender por qué entre los 16 candidatos hay un pastor, que sin más está participando en las elecciones actuales. Una candidatura que para nada es una sorpresa, más bien muestra como las iglesias evangélicas han ganado espacio en múltiples sectores sociales; los desubicados somos los que creemos que eso es sorpresa. Analizar las diferencias que existen entre las diversas expresiones religiosas es un trabajo pendiente, aquí apenas se mira la religión como un factor que da sentido a la sociedad en su conjunto.
Una muestra de la fuerza que tiene la iglesia católica, por ejemplo, se puede ver en las siguientes expresiones populares. Primero, la camina a la Virgen del Cisne en Loja y la Virgen del Quinche en Quito, donde cada año miles de feligreses caminan buscando o agradeciendo el milagro del señor. Segundo, las procesiones del Jesús del Gran Poder (Quito) y Cristo del Consuelo (Guayaquil), en semana santa, donde otro millar de gentes se junta. Las hordas de asiduos católicos que van detrás de las imágenes religiosas cada vez son más impresionantes. En el caso de Quito, en la actualidad, por la cantidad de gente que ya no logra ingresar en la procesión del centro histórico en semana santa, ha creado su propia procesión del Jesús del Gran Poder, en el sur de la ciudad. Finalmente, vale acotar que cada pueblito de la serranía ecuatoriana tiene su santo, donde la religión es importante, marca el ritmo del pueblo. Si no estuviéramos en tiempos de pandemia, buena parte de la población estaría festejando las miles de misas al niño Jesús. Dentro de esto los festejos más reconocidos son el niño de Isinche y el Rey de Reyes, que sea dicho de paso han sido llevados por los migrantes a España. Y podría seguir enumerando los cientos de ejemplos que existen, sin embargo, la idea es solo colocar estos ejemplos para ver cómo la población necesita de una potencia que le dé sentido a su vida. La religión es como una estaca metida en el cerebro de los individuos, muchos no dan ningún paso sin primero santiguarse.
Pensar que la iglesia ha perdido poder es una ilusión, está en la epidermis de la sociedad, y cuando se la toca enseguida sale un salpullido, y en ocasiones gangrena el tejido social. Es decir que la religión tiene un gran peso, a veces ingenuamente se piensa: “porque yo no creo en la religión, la población en su conjunto no cree” [puro idealismo diría el mismo Marx], es no querer ver el hecho social en su integralidad.
El cura [pastor], en el caso ecuatoriano, es el intelectual orgánico que todos los domingos [o sábados] reproduce un discurso; quizá como ningún otro, el cura es uno de los mejores intelectuales orgánicos. Quien mejor logró ver este vínculo entre los curas, la religión y la sociedad fue la teología de la liberación. Esa enseñanza hoy ha sido desterrada por la superioridad moral de buena parte de los académicos que ven en la religión un rezago de lo premoderno.
En este sentido, cualquier político [sea Correa, Lasso, Almeida, Nebot, Bolsonaro y un sin número de políticos más] que envía un mensaje con tinte religioso saben que va a ser muy bien acogido por buena parte de la sociedad, ahí donde cientos de temas todavía son desconocidos, la religión aparece para dar una “luz” en el camino.
El problema religioso está ahí, y si lo seguimos ignorando, estamos entendiendo muy poco sobre buena parte de la sociedad. Quizá la brecha entre la sociedad y la academia sea cada vez más grande de no acoger estos problemas.
Finalmente, si esto fue una estrategia política, más bien que lo determinen los politólogos, especialistas en elecciones, lo que sí, es urgente volver los ojos sobre una problemática latente, caso contrario seguiremos, desde la ignorancia, idealizándolos; es más idealizando a los sectores populares en su conjunto. Tal como decía Bourdieu es ahora de convertir a la academia en un deporte de combate que necesita entender estos y otros fenómenos, aunque eso signifique embarrarnos de la cultura popular y salir de los lugares comunes.
Ojalá no digan: “is cirriista” [es correísta], y con eso deslegitiman cualquier posibilidad de pensar.