
Hugo el Búho
En la red X, el inefable Carlos Andrés Vera (autodenominado como polifiction o poliburguer. Lo último le queda al pelo, porque algún desubicado en la televisión le regaló el mote de analista. Y sí. Analista de hamburguesas a lo sumo, porque cuando opina de política es como si filmara con una afeitadora eléctrica) preguntó que cuál es el legado de Iza, más allá de destruir Quito. Obvio que el hijo de su papá nunca se iba a detener a pensar en los muertos y heridos indígenas que dejó la represión, sino en las paredes y los adoquines que tanto le gustan al cineasta de fakes news.
Valdría la pena preguntarle si él o su papá han dejado algún legado para el país. El legado del junior se reduce a puro arribismo, codearse y defender a un banquero corrupto con pinta de albanés y revivirle al Correa cada 30 segundos. Y claro, unos cuantos documentales más mediocres que el papá. ¡Uy! Le nombré a su progenitor. Hace tiempo el junior me bloqueó porque le dije que su papá hacía periodismo hace unos veinte años, pero que en los últimos tiempos se ha vuelto un relacionador público del poder, un propagandista de mal gusto de los impresentables que fingen administrar el país. No van a creer que se enojó. Cuando las verdades duelen hasta las cuatro letras de su sacrosanto y radiocentrero apellido.
Lo que pasa es que los veras y demás fauna del mundillo mediático (pallares, hinostrozas, boniles y demás santillos) están convencidos que al poder se le combate solo con artículos de 2000 caracteres, testosterona frente al micrófono y llamados a la paz. Ellos piensan que a estos miserables que nos gobiernan hay que convencerlos que hagan lo que tiene que hacer con unas marchitas silenciosas, agachando la cabeza y llevándoles flores y poemas a Carondelet. El gobierno va a decir sí claro, ustedes tienen razón, dónde firmo.
Resistir implica no solo sentarse frente a la pantalla y hacer llamados a la sensatez. Estamos hablando del poder, por lo general presidentes que les importa un pepino el pueblo, que buscan despojar a las y los trabajadores de sus derechos adquiridos; y si la gente no es capaz de manifestarse en la calle, alzando su voz y respondiendo a las provocaciones que llegan desde sus funcionarios hasta sus uniformados, entonces ellos siempre harán lo que les da la gana.
Porque claro, los indígenas son chéveres cuando danzan, cuando se disfrazan de diablos humas, cuando nos enseñan sus artesanías y nos permiten tomarnos fotos con el fondo del Cotopaxi. Ahí son calidad de gente. Pero cuando se vuelven sujetos políticos y alzan la voz y gritan en las calles que no están de acuerdo (más allá de algunos excesos propios de movilizaciones y paros), entonces ahí ya no son tan alhajas. Se convierten automáticamente en salvajes, terroristas, vándalos, dañaparedes, destructores de los tiernos adoquines de la carita de dios.
Que no se les note el racismo.
Hablan de pérdidas millonarias. Sí. Incluso para los más débiles. Algunos creen que las frutas y verduras se siembran en el subsuelo del Supermaxi. Pero cuando son los blanquitos los que nos traen pérdidas millonarias producto de su improvisación y mediocridad frente al Estado, entonces ahí no pasa nada. ¿Se acuerdan de los apagones? Son cositas que pasan. ¿PROGEN? Travesuras de gente de bien. Se autodenominan gente de bien y se visten de blanco y alzan sus banderitas pidiendo paz y mesura a los salvajes.
¿Y los verdaderamente salvajes y delincuentes que nos empobrecen y roban, ellos sí por millones, quién les dice algo? Ya ni los periodistas. Los pocos sensatos que quedan son censurados, funados y perseguidos. Uno tiene que convertirse en un Carlos Vera cualquiera para que hasta tenga seguridad del Estado. El mensaje es claro: si me halagas te protejo, pero si me cuestionas, te hago la vida imposible.
Ya estamos bastante grandecitos para creernos que los indígenas quemaron la Contraloría, luego que intentaron lo mismo con la Fiscalía. Ya sabemos cómo actúan los gobiernos. Y también sabemos sobre las decenas de policías encubiertos que se disfrazan de manifestantes para causar daños atroces y, con ese cuento, hacerle creer a la población, que los manifestantes son una manada de delincuentes. Que también hay gente que se desboca, sí. Ya lo dijo algún barbón por ahí: siempre habrá lucha de clases. Así que pretender que los pobres vayan de la mano con los ricos, porque todos debemos ponernos la camiseta de los empresarios, que es la del país, vayan a convencerle a su señorita madre.
Así nomás los legados. Les duele que un indígena les haya plantado cara a sus saperías cotidianas y sea capaz de responderles en sus mismos términos. Y como no entienden lo que significa la lucha social ni lo colectivo ni la desobediencia ante tanta injusticia, ni cómo funciona la Conaie, ni sus lógicas ni su cosmovisión, pues bueno, qué se puede hacer. Que Iza se pudo haber equivocado, ¿quién no? Lo que pasa es que se mide con varas distintas según el grupo social al que alguien se pertenece. Porque si se equivoca Noboa, ya tranquilos, él sigue trabajando, él es millonario y casi nunca se equivoca y, además, los ricos no roban.
Ja-ja-ja-ja-ja-ja-ja-ja-ja.
No roban.
¿Por qué no preguntará el junior por el legado de su amigo banquero y otros privilegiados que se aprovechan del Estado -como su padrecito, cachiporrero del gobierno de turno- para graduarse de serviles del poder? No le pregunten nunca eso. Los bloquea el ternurita del poliburguer.
Allá que se defiendan entre ellos y sus discursos bananeros. Nosotros, siempre con los más débiles.
Hasta el siguiente legado, no ve.