Por: Rosendo Yugcha Changoluisa
Pueblo Kitukara, Comunicador Social
Agosto 15 de 2020
Hay dos caminos claros que han marcado el ritmo del debate dentro del movimiento indígena en estos últimos días. El de la conciliación (negociación) con el enemigo, buscando la estabilidad de la gobernabilidad en los próximos cinco años, dejando de lado la conciencia de clase, la memoria histórica de la exclusión y la extracción a la Pachamama, el debilitamiento del estado para privatizarlo, liberando la vida de las ataduras de la garantía de derechos y dejando lo elemental para vivir en equidad en manos del libre mercado, olvidando la aplicación de la represión a la rebelión como única respuesta jurídica al disenso político. Este camino ha sido el que han escogido Yaku y sus seguidores, esto no lo van a reconocer y se darán las vueltas para no hacerlo y mientras tanto buscarán eliminar de su camino a quienes no sean favorables para sus fines.
El otro camino es continuar la confrontación al sistema, con ideas y acciones, desde la base, desde lo cotidiano, eso nos acercará a la esencia del gran levantamiento indígena de 1990, que se reafirmó en octubre pasado. Esa actitud de vida nos permitirá asumir la diversidad cultural y multiplicar las trincheras campo-ciudad, para defender lo alcanzado y continuar la lucha por lo que está pendiente. Para conservar vivos los principios de vida legados por nuestros taytas y mamas en la práctica diaria, en los barrios, comunas y comunidades, alimentando y manteniendo encendidos los abuelitos fuego que calienten y alumbren el camino del sentido comunitario material y simbólico que hemos de seguir recorriendo. Este es el otro camino, que pocos lo entienden, porque es el de la resistencia cultural comunitaria. Porque es un camino contra corriente, pues la mayoría vincula la cultura solo con las artes y piensa que eso es cuestión sólo de los artistas. Pero para nosotros, hacer cultura es, serlo, asumiendo el encargo de nuestros abuelos y abuelas para continuar la vida en las nuevas generaciones, para poner en práctica los principios de solidaridad, reciprocidad, dualidad, asumiendo y corrigiendo los errores de cada día, sin perder la mirada en el nuevo tiempo iniciado, sin perder la fe en el equilibrio de la Pachamamita. Por eso hacer cultura es: serla. Y eso no le corresponde sólo a los artistas, sino a la gran familia comunitaria de la humanidad entera. Ser arte y ser cultura como una opción de creación de vida.
En este segundo camino de seguro nos seguiremos encontrando, no sólo con Iza, sino también con todas las manos convencidas, valientes, perseverantes, coherentes, dignas. Asumiendo la diferencia como una oportunidad para entender otros ritmos, formas, interpretaciones, perspectivas e intereses de propiciar y defender la vida. Entendiendo el arte más allá de la estética convencional, reinventando los patrones que encasillan y formatean nuestro pensar, hacer, sentir y amar. Encontrando en nuestros cuerpos, manos y voces las mejores armas creativas para luchar, para ser insurgentes, para no acomodarnos, para alentar y avivar la juventud como actitud permanente de inconformidad. Descubriéndonos cada día nuevos, enteros, abiertos, dispuestos siempre a aprender y hacerlo en comunidad. Dándonos tiempo para todo, pero sobretodo para agarrar fuerza para la batalla cotidiana a través del contemplarme y contemplar, para discriminar lo eterno de lo efímero, lo esencial de lo coyuntural, lo cotidiano de lo impostergable.
En este contexto, el cumplir años deja de ser un pretexto para celebrar y es una oportunidad para reafirmar el camino elegido. Como parte del Centro Cultural Pacha Callari, organización social fundada jurídicamente el 18 de agosto de 1995, pero cuyos orígenes se remontan muchos años atrás; propongo con estas breves anotaciones, continuar por el sendero iniciado desde el barrio. ¡Juyayay Pacha Callari!