Por: Walter Carrillo Darquea
Gestor Cultural, Músico
1 de agosto de 2018
Este artículo pretende ser un aporte al debate sobre educación e interculturalidad, aspecto que nuevamente se muestra relevante. La aspiración es que pueda contribuir a mejorar la práctica educativa, es sus aspectos conceptuales. Debido al uso generalizado que se da a la palabra interculturalidad, este será el primero de varios artículos que podrían contribuir al debate sobre educación e interculturalidad.
Parafraseando a Paladino y García, históricamente el rol de la educación en la formación de los Estados-Nación americanos estuvo relacionado con la construcción de un modelo monocultural; esto implicó la deslegitimación de otros modelos, visiones y formas organizativas que practicaban los pueblos originarios del continente. En este sentido, la educación indígena constituyó el espacio para disciplinar, controlar, inculcar hábitos de higiene y obediencia dirigidos a “civilizar” a los “salvajes”, a partir de la creencia de la existencia y reconocimiento de una sola manera de afrontar la vida. Las élites dominantes del periodo colonial y de la época de la independencia se “empeñaron en construir una legitimidad como nación y moldear – según sus representaciones e intereses- a las diversas poblaciones que habitaban su territorio” (Paladino y García, 2011: 17).
Actualmente, la educación indígena es vista desde una diversidad de sentidos y posibilidades; uno de estos constituye la propuesta de la interculturalidad que ha permitido al mundo indígena establecer un sinnúmero de estrategias para apropiarse y resignificar los contenidos de la educación, negociar reivindicaciones propias de la práctica educativa, revitalizar su cultura, desarrollar proyectos políticos y educativos e incidir en los niveles de políticas públicas; aspectos a ser evaluados en futuras investigaciones.
Para comprender lo que es la interculturalidad y cómo aporta a esclarecer el problema educativo indígena, se propone partir del reconocimiento de “la constitución colonial del mundo moderno” (Lander, 2000: 83). Lander plantea la necesidad de reconocer la dimensión histórica colonial del mundo moderno donde la auto-percepción de la cultura occidental destaca dos mitos centrales que le han permitido hegemonizar el mundo moderno. El primer mito está relacionado con la creencia de que la modernidad occidental es la expresión máxima del desarrollo histórico ascendente de la humanidad, lo que le cataloga como un proyecto universal, máxima expresión de las potencialidades humanas y el escalón más alto de llegada de la humanidad; por lo tanto es superior a cualquier otra experiencia civilizatoria. El segundo mito se refiere a que la civilización, el progreso, el individuo, la democracia, son un producto de los procesos internos de occidente. De ésta manera, la relación de occidente con otras culturas se da en condiciones en las que la primera siempre se muestra como cultura superior frente a las “otras” consideradas “inferiores”. De esto surge y se justifica su misión civilizatoria (Lander, 2000: 84).
De esta forma, en nombre del progreso se ha ocultado el carácter colonial de las sociedades diferentes y se ha jerarquizado a los pueblos y culturas legitimando la superioridad de unas sobre otras, considerando como “primitivos” a unos pueblos y a otros como “civilizados”; sin cuestionar la ideología dominante ni las estructuras de poder. Sin embargo, estos mitos occidentales han entrado en crisis de credibilidad, y los discursos sobre la Interculturalidad se han convertido en rivales significativos para desmitificar estas creencias. Para Guerrero, “la interculturalidad, constituye una propuesta social, política y civilizatoria, como respuesta al proceso de colonialidad del poder, del saber y del ser, y es resultado de procesos de luchas de larga duración” (Guerrero, 2007: 245).
Estas primeras ideas permiten contextualizar el problema sobre los cambios provocados por la escolarización e identificar procesos, prácticas sociales, concepciones, paradigmas teóricos y discursos de los diversos actores en la perspectiva de resignificar las nociones sobre la escuela y el cambio cultural, que a su vez inciden en la construcción identitaria de nuestros pueblos. Además, pretende beneficiar a la práctica educativa que al tomar distancia de su educación y su cultura, alberga la esperanza de que la educación indígena de los sectores populares sea capaz de fortalecer el rigor, la seriedad y la perspectiva histórica.