Por: Ángel Criollo Guaraca
Kichwa Puruhá, MSc. en Investigación y Estudios Culturales
Septiembre 17 de 2018
En las comunidades indígenas, por muchos años hemos ido adoptando y normalizando varias prácticas, actitudes y discursos con serios indicios divisionistas, mismas que nos cuesta identificar, reconocer y peor aún repararlo. En el presente artículo quiero poner en evidencia algunos de aquellos, mismos que expongo a partir de mi propia vivencia en las que de manera directa o indirecta fui y/o soy partícipe.
Soy oriundo de una comunidad de población indígena perteneciente al cantón Riobamba, Provincia de Chimborazo. Afortunadamente gozamos de la vigencia de legado cultural andino y los diversos saberes y prácticas que nos permite reafirmar como herederos de un pueblo ancestral, pero también, fuimos sometidos a sucesos dolorosos, conflictivos y de confrontaciones en las que como herencia hemos adoptado muchos discursos y prácticas que fracciona la convivencia comunitaria. En algunos casos, hemos logrado identificar y superar a partir de ciertos acuerdos basadas en la propia necesidad de los miembros, y en otros, se mantiene, porque, se ha convertido en acciones aparentemente normales, naturales y sin ninguna consecuencia. Al mirar nuestras prácticas con cierta noción crítica hallamos aquellos elementos divisionistas que están vinculados principalmente con lo religioso y lo político.
En mi comunidad casi todos practican la espiritualidad ligado al cristianismo pertenecientes a las iglesias católicas y evangélicas, mismas que están vigentes en la comunidad, el primero desde la colonización (1530) y el segundo desde los inicios de los años 1980. A pesar de profesar la misma matriz espiritual, en la cotidianidad están las disputas y confrontaciones verbales entre estos dos grupos de fe: desde quienes son los más “cristianos”, “elegidos”, “pecaminosos”, quienes son los de la “verdadera iglesia que fundó Cristo”, entre otros. En ocasiones terminan aflorando expresiones de fuertes críticas, descalificaciones e insultos, “idólatras”, “falso profetas”, “negociantes de la fe”, “borrachos”, “malcriados”, “pecadores”, “tentados por el diablo/satanás” son algunas de las frases que suelen aflorarse a la hora de debates por convicciones espirituales.
Estas disputas religiosas han hecho que los líderes espirituales establezcan ciertas normas, prohibiciones y fronteras de relacionamiento personal, familiar y sentimental en cada congregación. Hasta hace algunos años, era muy raro que una persona evangélica se pueda relacionarse socialmente y peor aun sentimentalmente con un católico, porque eso significaba desobedecer el “mandato de Dios” que, según algunos líderes espirituales evangélicos, en alguna parte de la biblia estaba establecida dicha prohibición. Penosamente, hasta la actualidad se escucha metáforas y comparativos tan absurdos como la siguiente: “tal como un burro no puede relacionarse con una vaca porque son dos especies diferentes; las personas católicas no son aptos para relacionarse con personas evangélicos, ni convivir y menos aún procrear hijos porque son especies diferentes”.
Las formas de referirse entre las personas de un grupo entre sí y con los otros son: “hermanos/as” y “amigos/as”. Lo señalado, claramente hacen que tomen distancias y repercuta en las actitudes entre unos y otros, así como en las prácticas. La amabilidad, las muestras de respeto, la solidaridad, la minga y todos los principios de convivencia comunitaria, al momento de aflorar esta frontera de creencia espiritual hace que se pierda por completo, de tal manera que, incluso los saludos, la disponibilidad de apoyo y otras acciones no se da por esta distancia y en caso de darse son de mucha hipocresía o de mala gana. En una reunión o alguna actividad de la comunidad casi siempre están separados en grupos de: hombres y mujeres, esta separación se profundiza más cuando tanto en grupos de hombres y mujeres se juntan en grupo de los “cristianos” y los “no cristianos”.
Afortunadamente las nuevas generaciones han intentado romper aquellas actitudes y prácticas separatistas por temas religiosa, pero, lamentablemente empieza a operar el separatismo por convicciones políticas. Muchas veces se discuten posturas políticas en defensa y acusaciones normalmente sin conocer, sin pertenecer y de pura simpatía a uno u otro partido, movimiento o proyecto político generados por efectos mediáticos, la propaganda y comentarios infundados.
El principio de dominio social dicho por Nicolás Maquiavelo (1531) es el “divide y reinarás” misma que consiste en que los interesados consiguen sus objetivos creando y manipulando distintos colectivos, grupos o adherentes sin mayor criterio tampoco información para luego provocar enfrentamientos entre la misma colectividad. Las comunidades y la población en general estamos expuestos a estas jugadas, muchas veces pasan desaparecidas, pero son bien pensadas, operadas e impulsadas sistemáticamente e intencionalmente por las estructuras políticas, religiosas y económicas, por lo tanto, es tarea de las nuevas generaciones quienes hemos accedido a mayor información, procesos formativos y organizativos, empecemos a auto evaluar, mirar nuestras actitudes y prácticas que pueden estar haciendo el juego divisionista. Es necesario tomar cierta conciencia y reforzar el bienestar de la cotidianidad comunitaria, que prime el respeto, la tolerancia y diálogo a las diferencias con las que guste o no seguiremos conviviendo.