Por: Patricio Pilca
Académico, sociólogo
Foto portada: Memoria del Paro 2019
Octubre 8 de 2020
“La historia se escribe siempre en presente”. Esta es una de las máximas del historiador Enzo Traverso, donde expresa el papel de la historia, pues los acontecimientos del pasado sirven para echar luz en el presente. Y esa luz solo es posible cuando los hechos históricos irrumpen en la cotidianidad dejando ver su riqueza política y también cognitiva. Marcan un quiebre en el campo del saber. Bajo esta premisa la apuesta por voltear la mirada al pasado es con el afán de buscar pistas para transitar por el presente. Y es que octubre del 2019 debe servirnos como guía en un camino lleno de tinieblas.
Por su puesto, esto no significa hacer una apología de ese hecho, sino más bien mirar esos acontecimientos con ojos críticos, es decir volver, tal como sugiere el sociólogo Pierre Bourdieu, con ojos viscos, manteniendo un ojo en el pasado y otro en el presente.
Muchos análisis se han realizado alrededor de la movilización popular de octubre de 2019, se ha pasado revista a los diversos actores y sujetos políticos que participaron en la movilización nacional; diversas interpretaciones han dado luces sobre aquel hecho que marcó la revitalización de la política ecuatoriana. De izquierda a derecha hay pronunciamientos; de un lado, los analistas de la derecha, con una mirada muy conservadora, observan un correísmo atenuado y “estrategias regionales” para desestabilizar gobiernos en la región. Por otro lado, los analistas de izquierda, ven en las organizaciones sociales la posibilidad de conseguir objetivos políticos. En ambos casos se mira un punto de inflexión, un punto de quiebre que se caracterizó por la indignación de una sociedad que mira en su gobierno un aparato poco efectivo.
Sin embargo, sería un grave error mirar octubre del 2019 tan solo como un momento que respondió a ciertos decretos y políticas coyunturales, más bien esa irrupción representó la aglutinación de todo un periodo de contención. Es decir, octubre condensa la represión social de todo un periodo, un periodo que inicia en 2006 y que termina en 2019. No hay que olvidar que la última gran movilización entre los años 2000 y 2019, fue en el año 2005, donde la movilización social sacó del mandato a Lucio Gutiérrez. En los siguientes 14 años las movilizaciones fueron esporádicas y contaban con poco respaldo y difusión nacional. Si bien fueron brutales, como en el caso de Dayuma (2006) o Saraguro (2015), estuvieron localizadas puntualmente. Su trascendencia fue muy limitada, entre otras cosas por el cerco mediático.
Bajo esa premisa octubre de 2019 significó un momento insurreccional, propio de un tiempo sagrado que rompe con la cotidianidad de la vida diaria, un tiempo de revitalización, de reconocer la otra cara de la política, esa que deja afuera a muchos seres negados por el poder. Esos huérfanos anónimos que no tienen otras formas de manifestar su indignación sino tomándose las calles y gritando al gobierno sus verdades. Esa irrupción rompe la forma lineal, homogénea y vacía, del tiempo profano. Pero, además, muestra a los huérfanos de la historia, desaparecidos de la escena política durante un largo tiempo, que estaban invisibles pero que nunca dejaron de existir.
Frente a toda esa riqueza popular, los órganos oficiales han querido defender su historia, desde los medios de comunicación tradicional, han desplegado toda una oleada propagandística sobre las “bondades” de nuestro gobierno, que se muestran, incluso, en los repartos del pastel estatal entre las viejas y las nuevas élites.
En ese sentido, y con semejantes hacedores de la historia, es momento de volver sobre la historia de los vencidos, porque los vencedores (esos que defiende a las piedras por sobre la vida humana) ya tienen su discurso como héroes salvadores de la patria. Más bien es momento de volver los ojos sobre las hordas de “salvajes”, que ensuciaron la carita de dios.
Volver sobre el pasado [octubre] no es para construir un monumento sino, tal como sugiere Enzo Traverso, para explorar los pasajes de la memoria multiforme y contradictoria. No es con el afán de sacralizar a las víctimas, porque eso generalmente lo hace la derecha, más bien es para redimir a nuestros muertos.
Si octubre del 2019 nos dejó enseñanzas, una de esas es volver la mirada a esa irrupción para poder seguir tejiendo redes políticas en la cotidianidad. Es decir, tal como decía Benjamin, sobre el angelus novus: “(…) su rostro está vuelto al pasado”. Por tanto, no hay que disociar el pasado y el presente. Pero además romper esas falsas dicotomías que no permiten la ruptura con la episteme dominante, esa donde ha puesto a personas del mismo bando en bandos contrarios, y donde la superioridad moral de unos y otros enceguece el accionar colectivo.
La historia se escribe desde el presente, desde la crítica, para romper con apologías que solo quieren construir epitafios de la memoria.