Sectores hegemónicos y no hegemónicos que se sienten o creen sentirse más seguros con gobiernos neoliberales de derecha, están logrando, a través de campañas comunicativas agresivas y hasta desleales por medio de las redes sociales y medios corporativos, incidir y cambiar los imaginarios colectivos sobre las luchas y reivindicaciones de los movimientos sociales, deslegitimando la existencia y el rol del estado, deteriorando el sentido de la política en la sociedad y confundiendo la institucionalización de la participación como el mayor propósito de la democracia participativa.
Lo paradójico, es justamente este, es el momento más propicio y pertinente para revalorizar la palabra, para volver a creer en el diálogo colectivo, intercultural e intergeneracional, para enfrentar intenciones perversas que proponen como única alternativa la intolerancia, el odio, la imposición, la violencia; en su incapacidad de procesar la diversidad que es, uno de los retos que nos plantea y exige a todos, todas y todes, el proyecto político de la interculturalidad; si es que en verdad queremos vivir en un estado de derecho.
Pero, si para procesar la diversidad, son necesarios los diálogos interculturales e intergeneracionales, este ejercicio debería partir de una convicción ideológica y de una certeza metodológica. La convicción de que la humanidad entera solo podrá salvaguardar su existencia con un cambio civilizatorio y que éste sólo será posible con un despertar de la conciencia individual y colectiva que los haga ponerse del lado de quienes defendemos la vida.
La certeza metodológica es cambiar el enfoque en el proceso de construcción del conocimiento, y esto tiene que ver con la forma y el lugar. La forma implica las estrategias para fomentar y fortalecer la participación y el lugar con los territorios donde se la fomenta y fortalece. Esto permitiría ver al procesamiento de la diversidad como un camino permanente que se realiza desde abajo y en el territorio, desde la cotidianidad. Este permitiría revalorizar el sentido comunitario de la vida que se expresa en los saberes y las prácticas presentes en todos los tiempos y culturas.
Es importante motivar la participación en la toma de decisiones que afectan o benefician la convivencia comunitaria y abrir más espacios de participación en las instituciones públicas, este es uno de los principios que fundamentan la democracia participativa. Pero también hay que asumir y debatir temas más profundos, como es la autonomía comunitaria que reclaman los espacios históricamente más relegados y vulnerables de la sociedad: las comunas, pueblos y nacionalidades.
Hay que fortalecer la democracia participativa, pero no sólo la que fomentan las instituciones públicas que tienen a cargo la ejecución de la política desde todos los niveles de gobierno; sino también aquellas que son parte del sentido comunitario cotidiano de las comunas, pueblos y nacionalidades. No se puede pensar que la institucionalización de la democracia participativa es garantía de su aplicación, pues cada comunidad responde a un contexto ideológico, territorial y cultural diferente. La apuesta es territorializar la participación para el ejercicio de la interculturalidad en la construcción de un Estado Plurinacional.
Para territorializar la participación, es necesario acercarnos a cada contexto territorial, histórico y político, con una mirada más amplia, para reconocer y respetar las características, realidades, demandas, ritmos e intereses; es decir, los espacios tiempos específicos. Esto demanda, reinventar nuestra voluntad democrática, para aceptar el reto de procesar la diversidad cultural a través de diálogos participativos con criterios de interculturalidad e intergeneracionalidad. Con la suficiente empatía para motivar y con la
debida estrategia para no desgastar la participación.
Por: Rosendo Yugcha Changoluisa. Pueblo Kitukara, Comunicador Social. Foto portada: Internet. Febrero 23 de 2022.