
Por: Inti Cartuche
En sus reflexiones sobre la violencia, Slavoj Zizek hace una distinción interesante. A aquella producida por los agentes sociales (personas, aparatos represivos, personas malvadas, etc.) la llama violencia subjetiva, directamente visible o experimentada por las personas. Esta se vive con una ruptura de una aceptada «normalidad» de las cosas, de una vida cotidiana pacífica. Este tipo de violencia es fácilmente identificable, reconocible, y por tanto factible de juzgamiento (es decir, señalar culpables directos, etc). Y entonces Zizek dice «sin embargo, la violencia objetiva es precisamente la violencia inherente a este estado de cosas ‘normal’. La violencia objetiva es invisible puesto que sostiene la normalidad del nivel cero contra lo que percibimos como subjetivamente violento».
Esta violencia, llamada objetiva, no es percibible inmediatamente por las personas, requiere un distanciamiento y acto reflexivo que ponga en suspenso incluso la empatía con las víctimas, con su experiencia inmediata del acto violento, dice Zizek, pues el apego a la experiencia traumática vivida, nos impide pensar y mirar justamente el nivel cero de la violencia objetiva, aquella que sostiene todo tipo de violencias visibles. Es más, la experiencia de la violencia (subjetiva) por lo general empuja la acción inmediata, la urgencia de actuar, la imposibilidad de reflexión necesaria para lograr ubicar el punto cero de la violencia, es decir, aquella que es invisible, pero totalmente real y actuante sobre la vida de las personas.
Bueno, lo que dice Zizek, sirve para pensar como en la coyuntura actual, las clases dominantes movilizan un tipo de memoria selectiva sobre sucesos de violencia del pasado de ciertos actores políticos sobre otros, que justamente colocan un denso velo -o al menos parece ser ese el objetivo- sobre la violencia objetiva que implica la profundización del neoliberalismo como un sistema de dominación y explotación, pero que en la coyuntura y en la vida diaria de las personas se vuelve invisible, e irreflexiva. La movilización de esa memoria selectiva produce un extraño efecto de enceguecimiento de la violencia actual, incluso de la más visible, y mucho más de la violencia que implica la reproducción del neoliberalismo en la sociedad, por la vía de la economía política implementada por la derecha oligárquica. De tal forma, que las personas pueden experimentar horror por las violencias del pasado, obviamente experimentadas y que conllevan un profundo resentimiento, pero no alcanzan a percibir la violencia actual, mucho menos la que es inherente al régimen de violencia neoliberal en curso. Y no se trata de negar la experiencia vivida, su validez, sino de, como sugiere Zizek, suspender un momento esa experiencia subjetiva para lograr mirar, en el momento actual, el horror, no solo de la violencia (subjetiva) cada vez más palpable en nuestra sociedad, sino sobre todo el origen de esas violencias, es decir, la violencia (objetiva) que funda la tremenda desigualdad social y económica entre un reducido grupo oligárquico y las mayoritarias clases populares empobrecidas de este país, y sus promotores (las clases dominantes).
Y resulta que no nos horroriza lo suficiente la posibilidad de continuidad de un gobierno que sostiene con todas sus fuerzas la continuidad y profundización de las violencias. Dicen que no debemos olvidar. De acuerdo, pero creo que justamente en esa urgencia o voluntad de no olvidar se borra toda la percepción de lo que sucede realmente en la actualidad, de la profundización de la violencia objetiva que implicaría un triunfo de la oligarquía de Noboa.