Por: Inti Cartuche Vacacela
Kichwa, Saraguro. Sociólogo
Agosto 22 de 2018
Una tarde de junio caminaba por un parque de la capital en busca de un taxi para dirigirme al terminal de Quitumbe. Los buses van repletos de gente –trabajadores, oficinistas y estudiantes– que me imagino van de regreso a sus hogares a reponer fuerzas para volver al día a día. Por mi parte, quiero visitar a mi familia en otra ciudad. Alzo la mano para parar un taxi, luego de algunos intentos uno se arrima a la acera dónde yo me encontraba, deja unos pasajeros, pregunto por el precio, acordamos y me subo.
Mientras me lleva a mi destino, el amigo taxista me pregunta a dónde voy, le digo que a Saraguro –ah! No es de aquí– me dice y continúa –yo tampoco, soy de Riobamba–.
El amigo taxista dice haber emigrado cuando tenía 8 o 9 años de edad de una comunidad (indígena intuyo por el acento kichwa en su castellano) –porque una cuadra de tierra que tenía mi papacito no alcanzaba para nada, éramos entre siete hermanos– dice, –nunca habíamos comido ni pan ni arroz ni café!, esas eran unas golosinas para nosotros wawas!–.
Así que un día, sin que sepan sus padres, se fue a Quito dentro de la cajuela de un bus interprovincial. Llegó al mercado de San Roque y conoció a unos coterráneos suyos mayores de edad y le acogieron en un pequeño cuarto dónde dormían como 10 a 12 personas por el centro histórico de la capital.
Para empezar la vida de la ciudad, dice que entre todos los compañeros de habitación le compraron una canasta con diez aguacates –con esto tienes que recorrer las calles me dijeron– cuenta el amigo con tono lastimero –así sufrí jefe, comido no comido andaba– me dice.
Pasaron los días y ha ido aprendiendo las artimañas y saberes callejeros para vender, así que un día sus amigos de cuarto dizque le dicen “ahora sí tienes que ir a comprar tu mismo la mercadería”. Fue al mercado pero las “caseritas”, al verle niño y del campo, le vendieron aguacates bien maduros y casi podridos –me estafaron jefe, al agua la poca plata que había juntado!–.
Pasó el tiempo y ya con más conocimiento de la ciudad pasó a vender relojes, gafas, antenas. El negocio dice que fue bueno, que si se vendía bastante, así que un día trajo a uno de sus hermanos de su comunidad para que él también se ganara la vida vendiendo cosas en la capital, –le hice bañar bien, le quité los piojos, le peiné y vinimos a Quito, bien se vendía pues!–.
A estas alturas de su vida el amigo taxista ya tenía su enamorada en la ciudad –contento andaba yo pues con ellita, pero un día dizque me voy a visitar a mis papacitos en la comunidad, y que cree? Me salen haciendo casar con una chica de la comunidad, ¡me fui soltero y regreso casado jefe!, que iba pensar que me van a hacer casar–.
Así que de vuelta en Quito ya con familia la vida cambió, el dice que continuó con la venta callejera de relojes mientras su esposa se consiguió un puesto en el mercado para vender frutas. Así la vida, con el dinero que habían logrado juntar un día pensaron comprar la casa que rentaban
–Pero con que dinero! Teníamos un poquito juntado, nos fuimos una noche a preguntar a la señora dueña a ver cuanto pide pues, que vamos a poder pagar! No alcanzaba, rebaje le dijimos. Ahí nos dice “porque no hacen préstamo al banco”, nosotroska qué vamos a saber de eso, ni sabíamos que era un banco ni nada. Un día la señora nos llevó al banco, boquiabiertos estábamos mirando por dentro, luego hizo firmar papeles y eso ha sido deuda jefe! Endeudados salimos de ahí–. A esas alturas del viaje, y con el clásico tráfico de Quito, ya me había acostumbrado a su tono lastimero de contar su historia de vida.
Pasaron los años entre la venta callejera, historias de robos, de estafas, pero también de continuar ahorrando dinero. Eran los tiempos en que en el país se promovía la creación de cooperativas de ahorro y crédito, mucho más en las zonas de alta población indígena como la sierra central. Así que un día el amigo taxista pensó que sería una buena idea hacer una cooperativa, tenían un poco de plata, y los requisitos eran fáciles de completar. Le contó a su hermano sobre la idea, pero dice que este no le dijo nada, no se interesó.
Así trascurrieron semanas y un buen día su hermano apareció con camisa y corbata y le dijo que estaba muy apurado haciendo unos trámites, –ya ni saludaba, solo llegaba a la casa a dormir, y no nos contaba nada nada, nosotroska tampoco le decíamos nada, andaba extraño–.
Un día su hermano le contó que habían hecho la cooperativa y que si quería entrar a ser socio que vaya en nombre de él a hablar en Otavalo. Así las cosas y con la sorpresa el amigo taxista dice que pensó que si quería entrar a la cooperativa, habló con su esposa y se fueron allá.
–Cuando llegamos a ese edificio grandote, boquiabiertos quedamos viendo los vidrios, el guardia nos dice “a quien buscan!” le dijimos que al señor gerente, “el gerente está ocupado ahorita, siéntense si quieren esperar”, sentados estábamos esperando mas de una hora, y no nos atendía. Así estando, el guardia nos hizo pasar a la oficina. “Que quieren ustedes” nos dijo el señor, yo extendí la mano para saludarle pero no me dio, quedé parado con la mano estirada. Entonces le dijimos que veníamos a nombre del Sr. Guamán para ver si hay cómo entrar a ser socios. Nos vio de pies a cabeza, “tendrán pues plata ustedes” dijo. Si dijimos tenemos un poquito no se si alcanzará. “Para entrar se necesitan cincuenta mil dólares”, dice, que donde íbamos a sacar esa plata. Salimos del edificio–.
Para entonces ya íbamos llegando a Quitumbe, después de todo el tráfico de viernes por la noche en Quito. Le pregunto que cuál es pues esa cooperativa, y me dice que se llama Pilahuin Tío. Entonces me entero que estaba hablando con el hermano de uno de los dueños de esa famosa cooperativa.
–Así no más jefe, yo le traje a él [se refiere a su hermano], ahora tiene harta plata, tres carros, una casa en Riobamba, una en Quito, otra en Otavalo. Yo acá con este taxi prestado no más ando, tengo una casita por la Magdalena, pero no me alcanza para hacer estudiar a mis hijas–.
Llegamos a Quitumbe, me deja en la puerta y nos despedimos.
Me quedo pensado en las realidades de vida de muchos compañerxs indígenas que por falta de medios de vida salen a las grandes ciudades a “buscarse la vida” en formas precarias. Las condiciones materiales de existencia de la población indígena ha cambiado mucho desde los 90s –época de los grandes levantamientos indígenas– e incluso mucho antes. La migración indígena interna es ya de varias generaciones, incluso existen ya muchos que han nacido y criado en las ciudades –en las que me incluyo yo–. Según un dato de 2015 existen en la ciudad de Quito alrededor de 65 mil personas que se autoidentifican como indígenas. Conociendo los sesgos de los censos y de la misma problemática de autoidentificación, esa cifra debe ser mucho mayor. De todas formas, es un indicador de la situación actual de los pueblos y nacionalidades en el Ecuador.
Cuando en 1986 se fundó la CONAIE uno de los problemas centrales de los pueblos y nacionalidades indígena se refería a la cuestión agraria, los territorios y la educación bilingüe. Muchos problemas subsisten hasta la actualidad. Según datos últimos socavados por algunos investigadores el 84.5% de las unidades productivas agrarias (UPAs) es de agricultura familiar y sólo acceden al 20% de la tierra, mientras que el 15% de UPAs restantes controlen el 80% de la tierra. La mayoría de la tierra está en manos de agronegocios y latifundio (Daza, 2015). Frente a esa realidad es obvio que la salida sea la migración interna e internacional que da por resultado que exista cada vez más población indígena en las ciudades.
Ahora que andamos en tiempos de “restitución” de la EBI seria bueno pensar entre todos cómo hacer para que esos niñxs, jóvenes tenga en la ciudad acceso efectivo a una EBI de calidad, cómo hacer en esa realidad compleja del campo para que la solución no sea la individualista “empresarial” a la que cada vez más van aspirando los jóvenes, y a la larga cómo hacer para renovar el proyecto político del movimiento indígena para que responda a las condiciones actuales? ¿Cómo hacer para que una persona como don Guamán se refleje en el proyecto del movimiento indígena, lo asuma, se identifique y desde su lugar apoye a dicha construcción? ¿Cómo hacemos para que el Estado Plurinacional no se convierta en solamente puestos y burocracia indígena y signifique realmente una transformación profunda de la sociedad en la que vivimos –como creo que era la idea allá por el siglo pasado?