Por: Walter Carrillo Darquea
Gestor Cultural, Músico
Agosto 27 de 2018
La pluriculturalidad, la multiculturalidad y la interculturalidad
Al respecto, Guerrero plantea la necesidad de diferenciar los conceptos de pluriculturalidad, multiculturalidad e interculturalidad; pues cada uno de estos trae consigo un proyecto político de vida, sociedad y civilización. La pluriculturalidad es la coexistencia real de diversas culturas e identidades, pero este hecho no implica la existencia de la interculturalidad puesto que con la hegemonía de una de las culturas sobre otras aparecen asimetrías sociales que vuelven conflictiva esa coexistencia. Por otro lado, la multiculturalidad reconoce la diversidad y la diferencia; las hace visibles pero no cuestiona las relaciones de poder y hegemonía que se construyen en ellas, oscurece las asimetrías y las desigualdades, declara la igualdad de derechos pero deja intactas las estructuras de dominación y transforma al “otro” real en un “otro” folklórico. Con esto, la diversidad y la diferencia quedan anuladas en su capacidad transformadora. Finalmente, la interculturalidad es una meta a alcanzar; es la convivencia de las culturas en su diversidad y diferencia; implica encuentros dialogales; construye puentes y busca nuevas formas de sentir, pensar y hacer; busca una nueva ética y estética de la existencia. (Guerrero, 2007: 246-270).
Por su parte Nelson Reascos Vallejo, profesor de la PUCE, dice:
La diversidad convoca a la interculturalidad, al reconocimiento y aceptación de los diferentes. En el pasado creíamos – como efecto del modelo homogeneizante – que la diversidad era negativa y que los diversos debían ser integrados a la cultura única y universal. Ahora estamos preparados para apreciar y ponderar la riqueza y la diversidad (Reascos, 2011: 26). |
El profesor Reascos reconoce la necesidad de trabajar en la gestión de esa diversidad y que los “diferentes” sean visibles a través de la inclusión, la participación en la toma de decisiones, la compensación para corregir las exclusiones, las discriminaciones e inequidades sociales y económicas, el diálogo donde la interculturalidad es convergencia dialógica entre iguales y no integración de los diferentes en un solo proyecto político. El profesor Reascos reconoce la necesidad de gestionar esa diversidad y corregir las exclusiones pero no plantea la necesidad de abrir nuevos caminos para la creación de una sociedad interculturalizada, donde los valores universales de libertad, igualdad y fraternidad lleven a la construcción de una sociedad donde la dignidad humana como base de una nueva existencia, sea el propósito básico de la interculturalidad.
Si el propósito de la humanidad es su humanización o liberación, la interculturalidad permitirá transformar la relación sujeto-sujeto; es decir, una relación entre seres, saberes, y conocimientos superando la visión dominador-dominado que sigue siendo parte de las realidades de los pueblos y de la educación.
Al respecto, Paulo Freire en el capítulo II de su libro “Pedagogía del Oprimido”, analiza las relaciones entre educadores y educandos planteando que son básicamente relaciones narrativas, discursivas y disertantes sobre los contenidos de la educación. En esta relación existe el sujeto que narra y los objetos pacientes que escuchan y que son los educandos. En la narración la realidad es algo detenido y ajeno a la experiencia existencial del educando y el educador se asigna la tarea de “llenar” a los educandos con los contenidos fragmentados de su narración. Esta práctica educativa narrativa “conduce a los educandos a la memorización mecánica del contenido narrado” (Freire, 2000: 75). Esto es lo que Paulo Freire denominó educación bancaria, donde el educador no comunica sino que deposita en los educandos los comunicados. En este proceso no existe saber, creatividad ni transformación ya que el saber se da en la invención, en la búsqueda que realizan los hombres en el mundo con este y con los otros. En la educación bancaria el conocimiento es una donación de aquellos que se juzgan sabios a los que juzgan “ignorantes”, pero la educación y el conocimiento son permanentes procesos de búsqueda y construcción (Freire, 2000: 77).
Transformar las relaciones entre los sujetos no se reduce al reconocimiento de la diversidad sin cuestionar la hegemonía de unos sobre otros. Tampoco se trata de una declaración de leyes y reglamentos en la Constitución de la República sin resolver los problemas de asimetría y conflictividad que producen las decisiones políticas que afectan a los diferentes. No se trata de depositar las decisiones en los “otros” que no deciden, pues en esto no se da la búsqueda creativa de las alternativas. Se trata de construir nuevas relaciones en base de una nueva ética de la vida donde las culturas cuestionen el modelo de desarrollo vigente basado en la destrucción del planeta y la injusta distribución de las riquezas.
En esta perspectiva, el diálogo intercultural debe contribuir a crear las condiciones para el aparecimiento de la interculturalidad; es decir, de una nueva ética de la existencia, cuyo punto de partida constituye del debate y la decisión acerca de los cuatro problemas fundamentales que ponen en peligro la vida en el planeta y que son: desertificación de la tierra, escasez de agua dulce, contaminación del aire y deterioro general de la vida. Aquí el papel de la educación es esclarecer y proponer alternativas desmitificando la ciencia moderna que responde a las necesidades de la colonialidad global.