Por: Márcel Merizalde
Catedrático Universitario, Analista y Consultor Político
Febrero 22 de 2019
La especie humana se desarrolló por sus militancias, así como por sus errores, mentiras, envidias y traiciones. Un gran grupo humano se transformó en varios grupos que poblaron de a poco el planeta. La envidia y la traición, mediada por la mentira, llevó a crear nuevos grupos sociales que buscaron otros espacios geográficos donde ejercer sus prácticas humanas, especialmente aquellas relacionadas con el poder y la producción económica.
Además de esas variables políticas, claro está, el desarrollo humano responde a ese casi incontenible impulso lúdico y sensual a la pereza. Aquella que el yerno de Carlos Max, el pensador cubano Paul Lafargue, la calificó como el genuino motor del progreso humano, en El derecho a la pereza.
En la historia de la humanidad existieron y hay militancias de todo tipo y alcance. De las políticas y religiosas a las sexuales, pasando por las gastronómicas y deportivas, hasta las más contemporáneas de corte animalista, de género, LGBTI e indígena. Hacer militancia no es otra cosa que plantear y defender una causa común. Impulsar ideas y dar paso a nuevas que suponen avanzada, respecto al momento histórico de los sujetos proponentes. El militante se hermana con las causas y con quienes las promueven, al menos de manera temporal y con sensatez circunstancial. Transgrede el poder y la norma jurídica para generar rupturas y transformaciones.
Toda militancia ocurre en un entorno determinado y bajo una mirada particular que se hace a dicho ambiente, pero también está condicionada por las tecnologías de información disponibles en la sociedad, lo que permite el tránsito de contenidos o mensajes.
En el caso concreto que ocupa este artículo, los millenials son una generación particular, por decirlo de alguna manera. Nacieron cuando la década de los años 80 del siglo XX iba por la mitad. Su llegada al mundo coincide con lo que Timothy Samara (2005) llama la Segunda Revolución Industrial, que es el surgimiento de la pantalla de ordenador con interfaz gráfica (superficie de contacto o diálogo). Este acontecimiento, propio de esa década, provocó la irrupción masiva de las Tecnologías de la Información y Comunicación (TIC).
Por ello, los millenials no son nativos digitales, sino una especie de espectadores – usuarios tecnológicos, activos y curiosos, recubiertos de una capa de fanatismo laico. No provienen ni de la primera ni segunda ola tecnológica de la Mark I o Mark II, los ordenadores electromecánicos que fueron construidos por la IBM para Harvard en las décadas de los 40 y 50 del siglo XX. Su origen está en Colossus, uno de los primeros computadores digitales. Esta generación creció con la masificación de computadoras móviles, tabletas y teléfonos celulares inteligentes cuyos software o aplicaciones literalmente se apoderaron del mundo y de las conciencias de los seres humanos.
Hoy, la Sociedad red, como la llama Manuel Castells (2007) depende tanto de las TIC que parecería que todo pasa primero por el mundo virtual antes de ser sacralizado. Y lo que no ocurre en este no espacio, así lo habría llamado Marc Augé (1996) en la primera mitad del siglo XX, simplemente parece no existir. Es una especie de metáfora de la existencia y la condición humana.
Pero este presupuesto de existencia millenials no dista de otro que fue desplazado apenas llegó Internet. “Si no está en los medios no existe”, frase que la popularizó en el mundo no académico el escritor y gramático de Colombia, Fernando Vallejo, autor del libro y posterior guion de la película La virgen de los sicarios, para referir a la omnipresencia de los medios tradicionales (prensa escrita, radio y TV).
Pues bien. Las sociedades son una expresión histórica de las generaciones que en ellas interaccionan. Y hoy los millenials practican una militancia virtual. Parecería que basta con publicar respaldos a causas y rechazos a medidas, en las redes sociales, sin requerir presencia en el mundo real. Estos mensajes se replican. Se comparten y comparten. Se retuitean y comentan, hasta terminar como memes, que no son otra cosa que retazos de expresión de las culturas humanas, en cada periodo de desarrollo histórico. No hay que confundir meme solamente con imagen visual y humor. El meme, al igual que la imagen no es la realidad, sino una representación (sígnica) de esta. Y todo signo es arbitrario.
Sin embargo, mundo real y mundo virtual son distintos, a veces hasta opuestos y con miradas contrapuestas a la realidad. Lo que sucede en el mundo virtual, muchas veces se queda en el mundo virtual. Pocas veces las causas y malestares del mundo virtual permean y traspasan al mundo real.
Por ello, las militancias virtuales articulan discursos visuales e iconográficos que pertenecen al mundo virtual, pero que registran un bajo impacto en el mundo real, sin detrimento de su poder de convocatoria para causas memorables.
Las militancias son un abrazo colectivo que palpa la temperatura humana y social, en la calle, en las esquinas y frente a cualquier abuso del poder. Y de esto, está desprovista la militancia virtual, por lo menos hasta ahora.
Referencias
- Castells (2007). La transición a la sociedad red, Universidad de Zula, Venezuela.
- Samara (2005). Diseñar con y sin retícula. Edit. Gustavo Gili. España.
- Augé (1996). El sentido de los otros. Paidós. España.
- F. Vallejo. (1994). La virgen de los sicarios. Alfaguara. Colombia.