A propósito del bicentenario -en especial por el controversial mural inaugurado en el centro de Quito en el que se puede ver un Pikachu- han proliferado varias discusiones. Este hecho bien puede ser leído como un síntoma alrededor de las disputas que perviven sobre la representatividad de “lo ecuatoriano”. Un tema lo suficientemente frágil como para tambalear frente a un Pikachu. A diferencia de otros países, “lo nacional” en Ecuador no tiene una coagulación simbólica consistente.
La formación del Estado ha seguido la construcción de un aparato político centralizado, caracterizado históricamente por una escasa integración regional y que se desarrolló de espaldas a las mayorías, especialmente a las poblaciones campesinas e indígenas. Lo que el intelectual boliviano René Zavaleta denomina Estado Aparente. Un Estado que no ha construido unidad entre la sociedad política y la sociedad civil. A decir de Agustín Cueva, no ha existido un “proyecto nacional burgués de pretensiones autonomistas” que despliegue una capacidad de unificación nacional. En esta inconsistencia y fragilidad de lo nacional aparecen grietas que disputan el imaginario de lo ecuatoriano.
En estos días hemos observado diferentes expresiones de colonialidad del poder: la embajada española hablando de un consensuado “diálogo cultural” cuando su origen se asienta en una violenta conquista y colonización. Esta última instaló una relación de subordinación a la metrópoli que pervive en expresiones como “un artista así no viene todos los días”.
A estas se suman otras que manifiestan un chovinismo patriota: “no significa que vamos a aceptar cosas que no son nuestras (…) qué falta de respeto a la cultura, a la tradición, a la historia del pueblo ecuatoriano”. En el fondo lo que defienden es la historia mítica llena de héroes imposibles y hazañas inverosímiles construida por las élites fundadoras. Si bien la gestión pasó de la metrópoli al territorio ecuatoriano, la administración colonial siguió su curso. Como dice Rita Segato, las élites criollas heredaron los territorios y las poblaciones de la metrópoli y mantuvieron una gestión exterior y sobrepuesta a lo administrado. Una relación que seguirá extendiendo la relación colonial, ahora no sólo como relación de subordinación a la metrópoli sino al interior del país.
Las preguntas inevitables son ¿Quién define lo ecuatoriano y cuál es su contenido? ¿Acaso aquello que definen como “nuestra historia” no es más que la representación que las élites han tratado de imponer a través de una historia mítica? Una representación que no logra generar una adhesión en pueblos, nacionalidades e identidades subordinadas y negadas. Quienes no tienen razones para celebrar la “independencia” o la libertad de las élites fundadoras porque para estos ni la conquista ni la colonización han concluido. Ambas avanzan a través de procesos extractivos en los territorios, sobre los recursos, pero también sobre los saberes, sobre la lengua y sobre la cosmovisión.
Sobre estas últimas ideas se desarrollan otro conjunto de expresiones que aprovechan las grietas de lo nacional para disputar una representación pluri-nacional. La posibilidad de esta disputa sólo es posible con la recuperación de la memoria histórica, con procesos de reconstrucción identitaria, recuperación de la lengua, de los saberes y de la cosmovisión en general. Para que tampoco “lo indio” sea definido desde las elites como una imagen esencializada, folklorizada y profundamente racializada.
Por: Sofia Lanchimba Velastegui. Socióloga y abogada, Candidata a doctora en Ciencias Políticas y Sociales. Foto portada: Internet. Mayo 24 de 2022.