Por: Rosendo Yugcha Changoluisa
Pueblo Kitukara, Comunicador Social
Febrero 05 de 2019
En medio de la incertidumbre y conmoción causada por la ola de femicidios y la respuesta violenta de ciertos sectores de la sociedad ante este lamentable hecho; lo que más nos cuesta entender es por qué y de qué manera la comunicación puede convertirse en un instrumento de movilización inconsciente de personas, es decir, manipulador de la complejidad humana. A continuación intentaré un breve acercamiento a la esencia del problema para que empecemos a idear alternativas de remediación cultural.
La comunicación en alianza con el desarrollo tecnológico y el uso de las redes sociales, han creado un escenario intencional de aparente facilidad, inmediatez y cercanía en las relaciones humanas. Es decir, una realidad contundente y por lo tanto única e irremplazable; donde toda acción humana podría justificarse en tanto y cuanto va orientada al ejercicio del derecho a la libertad de expresión e información. Como resultado de esto, el concepto de comunicación ha sido perversamente instrumentalizado para provecho de unos pocos en nombre de las mayorías.
Esta manipulación ha sido posible mediante la puesta en vigencia de un sistema de vida global, en donde la macro y micro economía son controladas por la dictadura del libre mercado auspiciada por el capital transnacional. Una parte importante de este capital está invertido en industrias culturales de entretenimiento, redes sociales, medios de comunicación y producción de tecnología.
Como resultado, existen hegemonías que monopolizan el conocimiento, la producción de contenidos, creando necesidades, generando empleo, pero también, con la capacidad suficiente de influir y controlar gobiernos, provocando crisis reales o imaginarias de acuerdo a sus intereses. La comunicación entonces no se reduce a lo que se escucha, mira o lee en los medios, sino que como la punta de un iceberg, esconde su verdadera amenaza.
La comunicación ingresa a la conciencia de las personas a través del discurso de la tecnología que promociona por un lado una “vida mejor” mientras más ligera, cómoda e individual sea ésta vivida; alterando las formas, espacios y modos de convivencia humana. El otro discurso es la innovación, que se materializa en la oferta de dispositivos, el ciberespacio y las redes sociales. Esto ha incidido directamente en los comportamientos, rutinas y costumbres cotidianas es decir en la cultura de las personas.
Por lo tanto, la comunicación y la cultura se juntan, mediante de la tecnología, en lo cotidiano. Y esa vinculación es menos visible, contradictoriamente, en lo más evidente de la conflictividad humana. Un ejemplo que podría explicar lo dicho es el uso que hacen las personas de la tecnología para corregir, ocultar e incluso enmendar los errores, excesos y las ausencias de la naturaleza humana. La tecnología, en manos perversas, podría provocar la decadencia total de la humanidad. Esto no es una película ni una realidad virtual, lo que pasó en Ibarra tampoco lo fue.
Existe una infinitud inimaginable de aplicaciones y software para asistir las ausencias, excesos y errores en ciertas destrezas, habilidades y competencias de la gente. El uso del corregidor de voz para quienes no tienen el talento para el canto, el foto shop para moldear la imagen de las personas, la foto multas para controlar el ímpetu y la premura; son sólo evidencias de que el enemigo está adentro.