Por: Alfonso Cachimuel Tabango
Kichwa del pueblo Otavalo
Septiembre 15 de 2018
El panorama de las lenguas indígenas en Abya Yala (América) no es halagadora; cada instante tiende a desaparecer; existe mutaciones lingüísticas al estar bajo el sometimiento constante de las lenguas dominantes como son el español y el inglés; las variaciones e interferencias de las lenguas hace que surjan dialectos que afectan al habla de términos autóctonos; estamos recurriendo a neologismos y adaptaciones distantes del sentir y pensar de nuestros ancestros. Hay empobrecimiento de terminologías en otra hora las lenguas nativas poseían sus códigos y simbologías de trascendental importancia cosmogónica.
Si en esta generación de del siglo XXI no recuperamos, no revitalizamos; sobre todo si no sentimos y pensamos en la importancia de nuestras lenguas ancestrales; y si no hablamos, ni escribimos ni difundimos, quizás seremos los culpables de nuestro glorioso pasado; pues nuestras lenguas son una “arma” letal para el sostenimiento de nuestra forma de vida; cosmovisiones, ciencias y saberes; entonces nuestro reto como padres de familia y educadores, es ratificar la institucionalización de nuestros idiomas en nuestro hogar y en el sistema educativo inicial, proyectando a estudios e investigaciones profundas en ciclos superiores.
A continuación les comparto un escrito casi inédito del Dr. Richard E. Littlebear, lingüista y líder indígena Cheyenne de Norteamérica con respecto a nuestros idiomas nativos:
“Desde tiempos inmemoriales, nuestros idiomas nativos americanos han sido orales. Algunos de ellos se han estado escribiendo solamente en los últimos tres siglos. Debemos recordar esta tradición oral a la hora de enseñar nuestros idiomas.
A veces negamos esta tradición oral al seguir ciegamente el único modelo de enseñanza de un idioma que conocemos: la forma en la que se nos enseñó el idioma inglés (o castellano), poniendo un gran énfasis en la gramática. Enseñar nuestros idiomas como si no tuvieran una tradición oral es un factor que contribuye al fracaso de los programas de enseñanza de idiomas nativos americanos, de tal modo que ahora tenemos algo así como una tradición del fracaso.
Probablemente debido a esta tradición del fracaso, nos adherimos a cualquier cosa que parezca que puede preservar nuestros idiomas. Como resultado, ahora tenemos una letanía sobre lo que considerábamos era el único modo de salvar nuestras lenguas. Esa única manera era muy rápidamente reemplazada por otra.
Por ejemplo, algunos de nosotros decíamos, “Pongamos nuestros idiomas por escrito” y lo hicimos, y aun así nuestras lenguas nativas seguían muriéndose”.
Luego dijimos, “Hagamos diccionarios para nuestros idiomas” y lo hicimos, y aun así las lenguas seguían muriéndose. Luego dijimos, “Formemos lingüistas entrenados en nuestras lenguas” y lo hicimos, y aún así nuestras lenguas nativas seguían muriéndose. Luego dijimos, “Preparemos a nuestra propia gente que hable nuestros idiomas como lingüistas” y lo hicimos, y aun así nuestras lenguas nativas seguían muriéndose. Luego dijimos, “Solicitemos una asignación de fondos federales para la educación bilingüe” y lo hicimos, y aun así nuestras lenguas nativas seguían muriéndose. Luego dijimos, “Dejemos que en las escuelas se enseñen nuestras lenguas”, y lo hicimos, y aun así nuestras lenguas nativas seguían muriéndose.
Luego dijimos, “Desarrollemos materiales culturalmente relevantes” y lo hicimos, y aun así nuestras lenguas nativas seguían muriéndose. Luego dijimos, “Recurramos a muy buenos hablantes para que enseñen nuestras lenguas” y lo hicimos, y aun así nuestras lenguas nativas seguían muriéndose. Luego dijimos, “Grabemos a los mayores hablando nuestros idiomas” y lo hicimos, y aun así nuestras lenguas nativas seguían muriéndose. Luego dijimos, “Filmemos a nuestros mayores hablando nuestros idiomas y realizando actividades culturales” y lo hicimos, y aun así nuestras lenguas nativas seguían muriéndose.
Luego dijimos, “Grabemos a nuestros hablantes nativos en CD-ROM” y lo hicimos, y aun así nuestras lenguas nativas seguían muriéndose. Finalmente, alguien dirá, “Hagamos congelar a los pocos hablantes que nos quedan, de manera tal que cuando la tecnología avance, ellos puedan ser revividos y así contaremos con nuevos hablantes de las lenguas nativas norteamericanas,” y lo haremos y estos sujetos resucitados despertarán en un distante mundo del futuro cuando ellos sean los únicos hablantes de sus idiomas porque entonces todos los otros hablantes de esos mismos idiomas habrán desaparecido y nadie los entenderá.
En esa letanía, hemos visto en cada recurso la salvación de nuestros idiomas – y no lo han sido.
Por supuesto que apelar a la tecnología criogénica y al congelamiento instantáneo son medidas de enseñanza y en la tecnología y nuestra creciente dependencia de ellos, nuestros idiomas siguen muriéndose. En este proceso de muerte también juega un rol el constante agotamiento de quienes hablan lenguas nativas. Nuestros idiomas tienen pocos medios, como el nacimiento, de reaprovisionarse de hablantes nativos, y aún el nacimiento está fallando porque no estamos enseñando a nuestros recién nacidos a hablar sus idiomas nativos.
Otros idiomas americanos se perpetúan con el influjo periódico de inmigrantes hacia los Estados Unidos. Nuestra lenguas no se pueden dar el lujo de este influjo porque en ninguna parte del mundo, por ejemplo, se habla el Athabascan Gwich’in. Esta falta de influjo pone a nuestros idiomas en una posición única pero muy vulnerable. Son únicos porque representan un microcosmos completo con su propia lingüística, perspectiva del mundo, espiritualidad, carácter y comunidad de parlantes.
Son vulnerables porque existen en el macrocosmos del idioma inglés y su impresionante capacidad de desplazar y eliminar a otras lenguas.
Para revertir esta influencia del inglés, las familias deben rescatar su legítima posición de ser las primeras maestras de nuestros idiomas. Ellas deben hablar nuestros idiomas cada día, en todo lugar, con todos, en cualquier lugar. Pero si van a relegar a las escuelas su responsabilidad de enseñar, entonces deben apoyarlas. Deben asegurarse de que las escuelas usen métodos de enseñanza basados en el lenguaje oral.
Debemos usar todos los recursos (excepto la congelación instantánea) de la letanía por preservar nuestros idiomas en lugar de cifrar todas nuestras enseñanzas sólo en uno.
Eso significa que debemos saber cuál es el recurso apropiado. Saber cuál es el lugar apropiado con frecuencia depende de saber cuánta pérdida ha habido en el grupo que habla ese idioma. Por ejemplo, un idioma que solo hablan personas mayores de 60 años puede no ser ya viable para un programa de inmersión en esa lengua. La razón es que para enseñar el idioma se requiere demasiada energía para un grupo de esa edad.
Este ejemplo anterior nos muestra por qué debemos debatir los temas que rodean a los esfuerzos por preservar los idiomas nativos americanos y los idiomas nativos de Alaska. Estos temas están cambiando constantemente y debemos estar al corriente para poder mantener un gran nivel de esfuerzo en preservar la lengua.
Debemos superar la etapa de autovictimización de dejar de señalar a la Oficina de Asuntos Indígenas, las escuelas misioneras, los medios de comunicación y las escuelas públicas como las causas de que nuestros idiomas se estén perdiendo. Aunque estamos en lo cierto cuando les culpamos por la pérdida de nuestros idiomas, queda el simple y puro hecho de que estas entidades no nos van a ayudar a restaurar, revivir o preservar nuestros idiomas. No tienen interés alguno en estos esfuerzos por preservar nuestras lenguas. De hecho, están por tener éxito en lograr aquello para lo que sí tienen interés: matar nuestros idiomas.
Es así que la responsabilidad por salvar nuestros idiomas es nuestra y sólo nuestra; somos la generación fundamental porque probablemente seamos la última generación de hablantes que puede hacer bromas, conversar sobre temas netamente técnicos, articular un dolor psíquico profundo y también discutir estrategias apropiadas para sanarlo sin recurrir una sola vez al idioma inglés.
Conclusión
Nuestras lenguas nativas americanas están en el momento penúltimo de su existencia en este mundo. Es la única y última vez que tendremos la oportunidad de salvarlas. Debemos continuar promoviendo a través de Alaska y el País de los indígenas aquellos programas que han tenido éxito.
Debemos dejar de estar eternamente lamentándose y continuamente catalogando las causas de que muera un idioma; en lugar de ello, debemos ahora lidiar con estos temas, aprendiendo de los esfuerzos que han tenido éxito en preservar idiomas.
Así que si no hacemos nada, entonces podemos contar con que nuestras lenguas hayan muerto para fin de siglo. Aún ese margen podría ser optimista si no hacemos nada por preservar nuestros idiomas.
Se abrirá un gran vacío en el universo que nunca podrá llenarse cuando todas nuestras lenguas mueran.