Por: Rosendo Yugcha Changoluisa
22 de junio de 2018
Cuando los presupuestos culturales se siguen reservando para un determinado sector de la sociedad y sin embargo se habla de agendas culturales participativas, estamos claramente frente a un agónico esfuerzo de justificar con inventos de última hora, cinco años de incertidumbre en la gestión cultural de la ciudad de Quito.
Frente a la cama de un hospital donde yace mi padre recuperándose de su enfermedad, siento la necesidad de establecer una breve analogía con el padecimiento que sufre el sistema cultural en Quito. Las primeras molestias quizá tolerables en un principio, se pueden convertir en afecciones terribles e irreversibles que pueden incluso, poner en riesgo la vida de una persona, si no se detecta ni se controla a tiempo las causas del mal.
El inmortal hijo de Luis Chusig, Eugenio Espejo, no lo pudo haber dicho mejor: sólo con un diagnóstico acertado las posteriores decisiones podrán ser efectivas. Habrá que preguntarse entonces si se cuenta al momento con los datos suficientes para determinar la situación más cercana a la realidad sobre la gestión cultural pública, privada y comunitaria que se realiza en Quito. El tema complejo por su diversidad, obviamente demanda de un enfoque participativo, pero desde el arranque del partido y no sólo al final, más aún cuando se tiene un marcador en contra.
Son tres los escenarios de la gestión cultural: lo público, lo privado y lo comunitario. Cada uno matizado por la presencia de un entramado de culturas vivas con sus propias manifestaciones y expresiones, saberes y experiencias, limitaciones e intereses; que, a pesar de sus diferencias, tienden a interrelacionarse en ciertos momentos históricos y sobretodo en situaciones tan apremiantes como la actual. La diversidad sin gestión cultural sucumbe en la dispersión.
En esta perspectiva y con un profundo respeto a todos los colectivos culturales de Quito; quiero destacar el esfuerzo de vinculación que ejercen desde más de dos décadas organizaciones que han optado por lo comunitario en su gestión cultural. Todas han trazado su propia cancha de juego con una flecha que apunta al sur. Demostrando que sí es posible alterar la brújula en la construcción de políticas públicas para la cultura. Reafirmando en medio de la dispersión y la unidad coyuntural que si se puede pensar y actuar en red de forma permanente.
Son espacios como la Red Cultural del Sur, la Red de Cultura Viva Comunitaria y otros más que apuntan a la preservación, mantenimiento y difusión de los saberes ancestrales y patrimonios para las nuevas generaciones, los que quizá habrá que multiplicar para garantizar la vigencia de un real sistema nacional de cultura, tal como lo plantea la constitución vigente, pero en el marco de un proceso de construcción permanente de un movimiento nacional de culturas.
Sólo así no tendremos que armar simulacros de participación de último momento, intentando revivir a la fuerza algo que sigue vivo, pero que más bien no ha sido tomado en cuenta en su debido momento.
‘Lo que mal empieza, mal acaba’, artículo de Rosento Yugcha Changoluisa. Lea y escuche en Riksinakuy (https://atomic-temporary-17868035.wpcomstaging.com). 22 de junio de 2018