Por: Verónica Yuquilema Yupangui
Kichwa de la Nación Puruhá. Abogada
Agosto 14 de 2018
Los tiempos han cambiado –escucho decir a varias y varios chicos- cuando hablo insistentemente del racismo y pienso que sí, que los tiempos han cambiado. Estoy consciente que las formas de manifestación del racismo no son las mismas que vivieron mis abuelos, mi madre y mi padre.
Sin embargo, el racismo no se ha desestructurado, entre otros, sigue vivo en varios aspectos de nuestro cotidiano, en las relaciones y decisiones interpersonales ya que lastimosamente, ésta sigue permeando la vida de una considerable parte de la población runa, sobretodo en aquellos que viven en la ciudad. Circunscribo mi reflexión al ámbito de la ciudad, consciente de la pluralidad de realidades que vivencian los runakuna en este siglo XXI.
Inicia un nuevo periodo escolar en la sierra y amazonía ecuatoriana, todas y todos quienes hayan conseguido acceder a la educación que ofrece el sistema de educación estatal están prestos a volver a las aulas y con ello, uno de los grandes dilemas en la vida de los padres, madres y estudiantes aparece: ¿Cuál es la identidad que debe asumir mi hijo o hija?
Algunos runakuna ni siquiera se harán esta pregunta porque lo tendrán muy claro: irán como runakuna que somos, dirán con seguridad. No obstante, varios de nosotros quizá tengamos estos dilemas rondando nuestra cabeza: ¿el uniforme “normal” o la vestimenta runa? ¿Cabello largo o corto? ¿Pantalón corto o largo, blanco, negro o de otro color? Para ellas y ellos, mi mensaje.
¡No quiero que mi hijo/a sufra discriminación! Es el argumento más frecuente que he escuchado de quienes deciden que sus hijos e hijas acudan a los establecimiento educativos, concordando forzadamente con las directrices dominantes blanco/mestizas del sistema educativo estatal, que continúa siendo predominantemente alienante y excluyente.
Frente a este argumento, debo manifestar que hoy por hoy, las y los runakuna tenemos una gran responsabilidad con nuestros pueblos y nacionalidades, que empieza precisamente en estas decisiones aparentemente pequeñas. Al optar por asumir la identidad runa en nuestra vida, hacemos justicia a la memoria de nuestros abuelos y abuelas y también asumimos una lucha frontal en contra del pensamiento colonial impregnado y presente en el racismo que vamos reproduciendo de forma automática sin cuestionarlo.
No concuerdo con ningún tipo de imposición solapada en las llamadas herencias culturales, más allá de aquello, creo firmemente en el valor de nuestra identidad y cultura milenaria llena de saberes y conocimientos que poco a poco van visibilizándose y prestigiándose; por ello apoyo, defiendo y lucho por el derecho que tenemos todas y todos de decidir de forma libre, consciente, voluntaria y amorosa sobre la identidad que queremos asumir o que queremos transmitir a nuestros hijos e hijas.
Decidir que nuestros hijos e hijas asuman la identidad runa en la vida cotidiana y también al acudir a los centros educativos formalizados de la ciudad es decir no al miedo, no a la vergüenza, es gritar: no al racismo. Ser runa es abrazar con el alma y el corazón la cultura viva que en más de 500 años de colonización no ha desaparecido. Juntemos las manos, el presente y futuro de nuestras culturas dependen de las decisiones que tomamos. Kawsarkanchik, kawsakunchik, kawsashunmi (estuvimos, estamos y estaremos).
De acuerdo con su comentario creo necesario manejar como cultura milenaria de saberes y conocimientos, antes que saberes ancestrales, como que fuera del pasado de la historia y como que no se practicara.