Por: Inti Cartuche Vacacela
Kichwa, Saraguro. Sociólogo
Octubre 09 de 2018
Los últimos años hemos visto crecer cada vez con más fuerza las movilizaciones de las mujeres en todo el mundo, millones en las calles exigiendo “cambiarlo todo”, frase que nombra todas o casi todas las opresiones contra las que se lucha: machismo cotidiano y estructural, violencia y agresión normalizada, leyes a favor del aborto y la educación sexual, políticas de empleo y contra las deudas financieras, entre otras.
El feminismo es una corriente política, teórica y ética que no es nueva. Ya en la década de los 70s del siglo pasado en algunos lugares del mundo se discutía sobre las diferentes dimensiones de la opresión sobre las mujeres en sus diferentes contextos. De esas discusiones han ido tomando forma diversas posturas con respecto al tema, y se ha ido complejizando en tanto se han conjugado otras dimensiones de la opresión de género tales como el capitalismo, el racismo, la colonialidad. Esto es que la opresión de las mujeres por los varones no tiene que ver solamente con una cuestión de género, sino que también está relacionado con las dominaciones raciales, por cuestiones de dominación colonial, pero también con la pobreza y la explotación capitalista. El cruce entre esas diferentes realidades ha dado por resultado que el feminismo sea diverso.
De todas formas, las movilizaciones actuales en diferentes lugares del mundo responden a las condiciones cada vez más difíciles por las que trascurrimos como humanidad: desastre ambiental, expansión de la xenofobia y el racismo, pobreza por todo lado, violencia contra las mujeres, pueblos indígenas y sectores populares, crisis económica normalizada. Todos estos problemas han puesto riesgo la vida misma. Los feminismos actuales están poniendo en el centro de la discusión la reproducción de la vida misma en las condiciones actuales. De ahí su fuerza y profundidad crítica como ningún otro movimiento. Cuestiones como la posibilidad de decidir sobre su sexualidad, su capacidad materna, pero también sobre el trabajo digno, sobre la relación entre la opresión patriarcal y el cercamiento de los territorios indígenas y campesinos alrededor del mundo, logran tejer un sinnúmero de exigencias en el feminismo actual. Por eso la frase “queremos cambiarlo todo”.
Frente a eso las mujeres indígenas van poco a poco también asumiendo los feminismos. Así en la actualidad se puede observar el surgimiento –aunque débil aún– de movimientos de mujeres indígenas que empiezan a discutir sobre el tema. Pero lo van reconfigurando de acuerdo a sus propias experiencias de vida personales y colectivas, es decir como mujeres y como parte de un pueblo indígena: bajo la problemática de la violencia en los hogares, en la comunidad, y en los territorios en relación a sus compañeros de hogar y comunidad, pero también frente a los estados y el capitalismo.
De todas maneras, el problema del patriarcado en nuestras sociedades indígenas y mestizas se encuentran también con el primer muro conformado por nosotros mismos, los varones parte de hogares indígenas y de las comunidades y organizaciones. Siento con mucha seguridad que en nuestras sociedades indígenas, estamos muy lejos aún de ser capaces de asumir la presencia del patriarcado, y mucho menos de combatirlo. Parece que va a ser un proceso que tomará algún tiempo más.
Y no es de extrañar si recordamos el peso de la religión católica mayoritariamente conservadora que ha conformado también nuestras formas de ser-estar en el mundo, y de relacionarnos con las mujeres y con nosotros mismos. Formas de ser-estar –es decir de subjetividad– que son patriarcales y por tanto machistas y sobretodo arraigadas por la dominación colonial y la religión cristiana por más de cinco siglos. Religión que ha promovido generalmente la dominación de los varones por sobre las mujeres a lo largo y ancho de la historia.
Así, por ejemplo la visión patriarcal de la religión cristiana tuvo que destruir o negar las relaciones de género en algunos pueblos indígenas anteriores a la conquista. Se sabe que en el antiguo Perú y en México muchos pueblos reconocían no solamente dos géneros –masculino y/o femenino– sino también otros. De igual manera, existen muchas referencias en las crónicas de los primeros españoles acerca de la presencia de prácticas y relaciones homosexuales no sólo que eran normales, sino que en algunos casos fueron concebidos como personas sagradas o estaban vinculados a cultos religiosos antiguos. Todas esas practicas y concepciones de género fueron aniquiladas, perseguidas o denigradas por los curas cristianos y los conquistadores ya que no correspondían con su visión patriarcal y machista del mundo.
Para esa misma época –los siglos XVI, XVII– al mismo tiempo que en América se extirpaban idolatrías y evangelizaba por la violencia a los pueblos indígenas, en Europa se perseguía a las mujeres relacionadas a “brujería” como una forma de romper el poder de las mujeres y dar paso a la dominación patriarcal. De igual forma, en los Andes se destruyó el poder de las mujeres, quienes podían disponer de sus propias tierras al igual que los varones, que en cierta medida tenían cierta igualdad de poder frente a los varones. Esto no quiere decir que las sociedades pre conquista no hayan sufrido de dominación patriarcal, sino que los niveles no fueron tan intensos como los de la actualidad.
Muchas veces y sobre todo los varones indígenas tenemos tendencia a renegar de los cuestionamientos de los feminismo, aduciendo que es un pensamiento “occidental”, “foráneo” y anteponiendo la cultura para no aceptar que en nuestras practicas masculinas cotidianas y sociales existe machismo. Al contrario, si realmente recurriéramos a nuestra cultura tendríamos que aceptar que por ejemplo, la famosa idea de que el mundo andino está conformado por una dualidad complementaria entre warmi-kari, es imprecisa y probablemente incompleta o, una forma binaria de origen moderno y por tanto patriarcal que nos ha hecho pensar que todo es solamente masculino y/o femenino excluyendo las múltiples prácticas homosexuales o transgenéricas que los pueblos pre-conquista tuvieron, y que en la actualidad dentro de las comunidades son ocultadas o reprimidas la mayoría de las veces. ¿Qué tanto de nuestras culturas y prácticas cotidianas no están mezcladas con lo moderno, con lo patriarcal?
Siento que más bien el cuestionamiento feminista a la desigualdad de género puede ser útil para empezar a pensarnos y sentirnos de otras formas, incluso poniendo en cuestión algunas prácticas culturales que pensamos que son “naturales” o “ancestrales”, y más bien empezar a reflexionar y actuar sobre nuestras maneras machistas de ser-estar en la vida. Puede ser posible que, en lugar de usar la cultura para enfrentar el cuestionamiento del feminismo, la usemos para reflexionar y actuar en pos de la igualdad entre los géneros , de relaciones no violentas. Podemos pensar por ejemplo que en la época incaica las mujeres podían heredar tierras directamente sin necesidad de un varón, o que existía en gran medida posibilidad de descendencia matrilineal a la par que la patrilineal, o las fiestas andinas donde era permitido el libre ejercicio sexual de mujeres y de hombres jóvenes en igualdad de condiciones. O partir de que la famosa idea de complementariedad warmi-kari no es algo que exista en las comunidades, sino más bien como algo que debe construirse superando el machismo, así la paridad kari-warmi es más bien un proyecto, un horizonte de equidad, más que una realidad.
De todas formas, no se trata de tomar los feminismos al pie de letra, sino más bien abrirnos como varones a sus cuestionamientos, ubicarlos en nuestras realidades y actuar en pos de ello. Al final el feminismo busca que las relaciones entre hombres, mujeres y otros géneros–sean las que sean– puedan ser desde el respeto, la equidad, la justicia y la libertad.