Por: María Belén Quinga
Comunicadora Social
Foto portada: Tomado de LaCrítica.Org
Agosto 13 de 2020
He encontrado tanto con machitos violentos como con mujeres -no sé si cabe decir- violentas. Sin embargo, existen grupo mujeres con poder que a diario lo ejercen sobre otras que no lo tienen ya sea por ser parte de pueblos indígenas, negras o que simplemente no cuentan con privilegios.
En este grupo de privilegiadas existen mujeres ‘feministas’, pero que su feminismo no va más allá de su poderío. En este contexto, se puede hablar de ‘feminismo blanco’, que Ángela Davis lo llamó feminismo de techo de cristal, ya que busca otorgar privilegios a las ya privilegiadas. No se refiere al color de la piel, sino a un feminismo que apoya los discursos hegemónicos. María Lugones diría ‘feminismo que no es antirracista, es racista’.
Las reflexiones de feministas reconocidas vienen a la cabeza, y es que Rita Segato, también menciona: ‘El feminismo no puede y no debe construir a los hombres como sus enemigos naturales. El enemigo es el orden patriarcal, que a veces está encarnado por mujeres’. Es un planteamiento contundente, si se resalta que ‘el enemigo es el orden patriarcal, que a veces está encarnado por mujeres’. Ese orden patriarcal es una reproducción de violencia que ha existido desde siempre y seguramente no cesará.
Varias veces he sufrido violencia por parte de machitos agresores, desde racistas hasta acosadores, y, gracias a la vida siempre he tenido manos de amigas y amigos que me han levantado de una u otra forma. Sin embargo, hace varios meses me causó indignación e incluso temor el maltrato que sufrí por parte de una académica y feminista de una reconocida universidad pública, dónde me gradué.
Antes, admiraba mucho su labor como docente, gracias a ella y sus conocimientos estudié el énfasis en comunicación organizacional. Sus clases solían ser bastante motivadoras y prácticas. Incluso llegué a pensar que podría ser quien dirija mi tesis de grado, pero no pasó, puesto que tenía muchos compañeros y compañeras en lista de espera para esa labor debido a ese potencial. Aquellos y aquellas compañeras eran parte de un club de comunicación estratégica muy sólido, al que la docente dirigía y quiénes no éramos parte de ese grupo, decíamos de lejos, que eran parte de su ‘dream team’ (equipo soñado).
Con el pasar del tiempo, logré graduarme y después no volví a verla, hasta que cierta ocasión la vi en el trabajo, lugar al que solía ir a tomar algún curso. Un día al caminar por un pasillo nos encontramos de casualidad. Como siempre, saludé bastante efusiva, ella me respondió fría y hasta descortés. Pensé, ‘seguro está de apuro o algo’, no le di mucha importancia y seguí mi camino.
El momento más apremiante fue cuando la vi en un congreso de comunicación muy concurrido que organizó la universidad donde trabajo. No obstante, cometí el mismo error: intentar saludar de manera efusiva. Ella me respondió ya muy molesta: Hola María Belén, ¿Dónde tengo que firmar para recoger mi kit e ir a mi ponencia?, le respondí con titubeos: junto a la mesa estaba lo que buscaba. Sentí muy incómoda. Se me ocurrió colocar un estado en la red social que todos y todas utilizamos. El posteo textual fue el siguiente: ‘Como cuando saludas de lo más efusiva a una profe que admirabas y solo recibes antipatía de su parte. Ah sí me olvidaba yo no era de su dream team’
No puse nombres, tampoco otro dato, porque podría ser cualquier docente de la universidad, pero al cabo de varios minutos algunos compañeros y compañeras lo comentaron imaginándose de quién se trataba, incluso hicieron referencia a sus propias experiencias con la docente en cuestión.
Pasó una semana, cuando a eso de las 21h30 recibí una llamada de un número desconocido. No suelo responder, pero como era tarde lo hice. Para mi desconcierto resultó que era aquella profesora que no sé cómo, ni porque le llegó mi post y que tampoco sé cómo consiguió mi número de celular. Esto último me pareció bastante intimidatorio. En la llamada me increpó en tono sarcástico, indicando que hiciera el favor de borrar el post, que eso no era profesional de mi parte, que daña su imagen de docente, que obviamente sabe donde trabajo y que tiene mucha influencia con la gente de mi entorno laboral. Únicamente respondí sí, yo puse eso, no está su nombre, luego colgué asustada.
Y las dudas que me quedaron, no pararon de asaltarme: ¿Amenaza de despido indirecta? ¿Esto también se podría llamar violencia de una mujer hacia otra?, ¿Está intentando legitimar su poder y sus privilegios?, ¿Qué clase de feminista agrede a otra mujer? ¿Es el orden patriarcal ejercida por una mujer?, ¿O debí tenerle miedo y borrar el post?
Al día siguiente lo comenté en el trabajo con mi jefa quien me brindó su apoyo, también lo hice con mis compañeros y compañeras de la universidad y del mismo modo expresaron su solidaridad conmigo.
Transcurrido el tiempo de aquel hecho, aún tengo dudas en mente, más si se trata de una académica y feminista. Son estos espacios cotidianos en los que debería conjugar lo que se dice y piensa entre lo que se milita, las formas en las que se defiende o se es parte de un movimiento social como el feminismo, pero que tiene diversas fracturas. Es por ello que es necesario un feminismo decolonial para todas, donde se puedan romper esos quiebres hegemónicos, racistas y burgueses.