Por: Rosendo Yugcha Changoluisa
Pueblo Kitukara, Comunicador Social
Desde el barrio
Julio 31 de 2019
“A mí la política no me interesa”. Es la frase usual que se escucha con más frecuencia en la cotidianidad y sobretodo en los más jóvenes; eso sin contar con la variedad de adjetivos desde más indulgentes hasta los más agresivos con la cual se la relaciona. Política, palabra prohibida, temida y odiada y por lo mismo recluida, escandalizada y manipulada. ¿Qué de cierto hay de todo lo que se dice de ti? ¿Qué tan peligrosa eres para que te censuren tanto?
Quizá para iniciar habrá que diferenciar entre ser y hacer política. Ser político dentro de mi perspectiva, es la más alta aspiración de una persona, en el sentido de la posibilidad que tenemos todos los seres humanos de dejar una huella perpetua en el camino colectivo en el que todos y todas vamos construyendo mejores condiciones de vida para las nuevas generaciones.
El hacer política implica en cambio, es asumir tu ser político desde una posición específica en el espacio tiempo que te ha tocado vivir. Tiene estrecha relación con tu historia de vida, con el lugar o lugares que forjaron y siguen modelando tu existencia. Con las personas, familias, grupos y comunidades que despertaron en su momento tú conciencia ideológica mediante la experiencia vital y la reflexión comunitaria hacia los saberes, conocimientos, prácticas con las que enfrentas el día a día.
En ese sentido, todos y todas nacemos como seres políticos y vamos enriqueciendo esa esencia en el transcurso existencial y cotidiano. Nuestro ser político se manifiesta en las respuestas que damos cuando nos exige el momento del aprendizaje, en donde sólo tenemos seis opciones: pensar, actuar, decir, callar, hacer u omitir. Cada acción marcará tu destino y volverá continuamente durante toda tu existencia para seguir transformando tu vida; esto en colectivo podríamos denominarlo cultura.
Si queremos ir más lejos tendríamos que analizar y diferenciar la política como discurso, la política dura práctica real y lo que son las ciencias políticas; pero sólo para convencernos de lo complejo y complicado que resulta adentrarse en esta dimensión profundamente humana que nace, crece y se reproduce con la humanidad y que será la única que decida su devenir histórico. ¿Quiénes podrían atreverse a negar su presencia, a admitirla y lo que es peor, a intentar conscientemente negarla a los demás, sobre todo a los más jóvenes?
Es nuestra obligación como seres políticos denunciar cualquier intento de negación consciente o inconsciente, venga de donde venga, lo mismo del periodista o del medio de comunicación que ocultan información y sin embargo se autoproclaman objetivos que del político que se acomoda a la coyuntura para defender sus intereses personales o de grupo. Lo mismo del joven o el artista que se autoproclama apolítico por temor a tomar posición frente a un mundo y futuro caótico, que del religioso que proclama que difundir sus ideas religiosas sólo obedece a una misión divina y un acto de fe. Lo mismo del empresario y del científico que proclaman el fin de las ideologías, de la historia y el triunfo inmortal del libre mercado, que del eterno líder que piensa que es el único elegido para salvar a los demás. Quizá será por eso que la gente te juzga, te teme y te conjura, porque desnudas y pones en vilo la esencia humana.
El momento que logremos asumir nuestro ser político, sentiremos la necesidad hacer política participando en la construcción de lo público y lo haremos desde nuestro espacio tiempo, fortaleciendo procesos de base y generando cuadros renovados para la gestión cultural comunitaria.