De reojo, con mirada disimulada y mascullando cada palabra, Carlos alcanza a leer: Hoy llueve, se me antoja verte, y duele. Llueve, y se arma el paisaje que a mí me gusta. Son versos que en el extremo superior izquierdo de la página dice Benedetti. Este libro, en manos de un joven con bufanda de lana de color manteca y al cuello -por su apariencia es universitario-, no deja brincotear sus negros ojos, verso tras verso. La exquisitez literaria se hace más sentida mientras de cuando en cuando el trole que avanza por la Teniente Ortiz hacia el norte y baña a los transeúntes con aguas de la lluvia empozadas en la tarde anterior. Ni siquiera los quejidos, las pujas, el cada vez más acalorado ambiente generado por los apilonados pasajeros que inquietos esperan no atrasarse a sus destinos, le interrumpe.
Señores, dejen cerrar la puerta por favor, solicita de manera paciente el conductor. Déle pues lento, refuta otra señora desde el último asiento. Si ya no hay dónde para qué abre!, grita molesto y con un niño en brazos otro ciudadano. Es la parada del Registro Civil. Qué pena, si no entras empujándole y con fuerza, no entras, comenta en voz baja un señor que por su tonalidad de su habla es azuayo. La insinuación del compañero anónimo en el viaje de Carlos, es la invitación indirecta a charlar. Las cuentas que hacía en su mente giraban en torno a Cuota Fácil porque tras insistencia de esta entidad se endeudó en una lavadora. Visa Card de Banco Pichincha fue otra preocupación que ya está próximo a pagar. Con el préstamo denominado “adelantos” empezó a pagar a la primera, pero la interrupción borró la preocupación y se sumergió en la conversa.
Dirige sigilosamente su mano derecha hacia el bolsillo de la camisa. Lo toma su celular y al pulsar una de las teclas se enciende una luz y muestra el mensaje “Lasso, Acosta, Dalomismo”. Su rostro muestra una leve sonrisa, pero no causa agrado. Hasta donde hemos llegado, se dice. Según ABCPEDIA, el teléfono celular no es un invento “tan” reciente, aunque se instaló en Latinoamérica en los últimos años, pero ya hubo desde 1947, diseñado por la empresa AT&T. En 1983, se da la culminación al proyecto DynaTAC 8000X y es presentado en 1984. Amigo, ¿qué hora es? Pregunta otro pasajero mientras pide auxilio para que abran la ventana. Joven, sé comedido, reclama. Le pedimos porque aquí hay niños, insiste. Carlos con un ejercicio educado, ve nuevamente su celular y responde: son las 6:20 y asiente su cabeza en señal de “fue un placer atenderle”.
En el ambiente se percibe tensión y desesperación. El sistema de transporte que fue diseñado por el alcalde Paz, luego inaugurado por el demócrata popular, Mahuad, en diciembre de 1995 ya está al borde del colapso. En las memorias de la web de Trolebus aún registra que cuenta con más de 41 paradas y recorre más de 24 Km, desde Quitumbe en el Sur hasta la Y en el Norte. Bastante incómodos todos, casi nadie conversa con el de alado. Unas cuerdas auriculares de color negro, anaranjado, blanco y otros están conectados a sus orejas. Otros juegan el triki, otros mensajean, algunos borran los archivos de estos pequeños aparatos. Cada uno es un mundo cercado por el aparato diminuto. Esto ni pensar en mis tiempos, dice doña Martha. Ella es de Chunchi. Está en Quito por 25 años. Sus hijos forzaron a venir y ahora con marido que falleció hace tres años, no piensa volver. Tengo pena de mi familia que aún siguen allá, pero no tengo casa porque vendí para costear el estudio de mi hijo que sigue arquitectura. Otro está en último año de jurisprudencia en la Universidad Central. Y las becas del gobierno? Pregunto. Siento que no agradó mi inquietud o sospecho que fastidia hablar del gobierno. Dicen que estamos bien, pero no hay trabajo, todo está caro, más impuestos y ahora quiere quedarse por años, dice molesta.
Las miradas se dirigen hacia el fondo del trolebús. Allá unos fruncen su rostro y otros sonríen al disimulo. Algo de color verde se mueve con gran esfuerzo. Carlos se mueve con fuerza para salir de dudas. No puede ser! Algún caballero! Grita. Unos regresan a ver y otros siguen sin pestañar como no importarles. Es doña Petrona. Carlos vio la tarde anterior en la parada de bus del Corredor Occidental. Tiene algo más de 75 años. Se cubre de bayeta de lana de borrego, color verde obscuro. Anaco negro también de la misma tela. Usa collares gruesos y multicolores, que luce en su vetusta camisa blanca. Sus zapatos despiertan curiosidad. Son de caucho y los dos son de lado izquierdo y sujetado con un cordón de cabuya para evitar rotura. Shamuy, Shamuy [ven, ven], dice invitándole hacia su lado. Por favor, permitan pasar, solicita. La mayor parte de pasajeros de los apretados pasadizos fijan su mirada como para no ver a la particular pasajera. Otros se tapan la nariz. Señor, por favor abra la ventana, dice a su compañero de asiento una señora bien maquillada. Con insistencia y mucho esfuerzo avanza hacia el centro del trolebús, allí donde se unen los dos cuerpos de la máquina. Aquí aplastan con consideración, bromea otra chica que jovial solicita le den asiento a la anciana. Nadie tomó asunto. El vehículo avanza. “El Estado establecerá políticas públicas y programas de atención a las personas adultas mayores, que tendrán en cuenta las diferencias específicas entre áreas urbanas y rurales, las inequidades de género, la etnia, la cultura y las diferencias propias de las personas, comunidades, pueblos y nacionalidades” que reza en el artículo 38 de la Constitución de Montecristi, es letra muerta.
Mi último hijo me trajo, cuenta mama Petrona. Luego de algunos años de estar aquí se presentó la oportunidad de ir a buen trabajo, entonces ayudé que se vaya, cuenta refiriéndose al viaje de su primogénito a España. Una vez allá su hijo menor, murió el primero. Ahora ya no tiene a nadie porque su esposo falleció hace mucho tiempo. Tampoco tiene casa porque los chulqueros se lo quitaron con el pretexto de fallar una letra. Se endeudó para ayudar al viaje de su hijo a España. Carlos impaciente intenta preguntar por el bono del gobierno. No, no me han dado. No sé cómo será. Tampoco nadie me ha ayudado, confirma la abuela. El sonido de la campana da señales que arriban a la parada de Plaza de Santo Domingo. Los aprietos no han variado. En las paradas se quedan 10, pero ingresan 12 o 15. A puertas de las elecciones el Metro entrará en funciones dentro de cuatro años, es la imagen que envuelve Quito ante la pesadumbre del transporte. Radicalizaremos el cambio a favor de los pobres, es la esperanza que golpea repetidamente en el subconsciente ciudadano. Mientras el día y el viaje continúa, cuánto se añora a Saramago para que su profundo grito inunde a los cuatro vientos con un: Es curioso que las personas hablen tan ligeramente del futuro, como si lo tuviesen en la mano, como se estuviera en su poder apartarlo o aproximarlo de acuerdo con las conveniencias y necesidades de cada momento.
José Atupaña G.