Por: Rosendo Yugcha Changoluisa / 27-04-2018
Embriáguense, sin cesar; de vino, de poesía o de virtud…de lo que quieran (Charles Baudelaire)
Estimados amigos, amigas, que injusta se volvería la vida si no nos diéramos el tiempo, quizá siempre insuficiente pero necesario, para encontrarnos con nosotros mismos. Quizá en ese simple y a la vez sustancioso ejercicio se sintetiza de alguna manera la construcción de identidad y la garantía de un derecho cultural fundamental. Este acto sublime, del cual solamente los seres humanos podemos dar cuenta de manera consciente, se está quedando lamentablemente en una buena intención, pues ha sido secuestrado por la lógica del mercado.
En medio del caos provocado por la estampida desarrollista, a mediados del siglo pasado se consolidan, como aliados “independientes y especializados” para posicionar el discurso del progreso infinito y la conquista del mundo, los medios masivos de comunicación. Muchos de los comportamientos humanos que hoy nos parecen “normales” han sido construidos de manera silenciosa desde una pantalla de televisión, un micrófono o un editorial de prensa.
A partir de entonces, múltiples formas de comunicación se reproducen día tras día, año tras año en diversos formatos. Discursos políticos y campañas de publicidad han configurado por un tiempo definido por la capacidad de inversión y la coyuntura política del momento, el rostro de la sociedad, haciéndole reír, llorar, amar, odiar e incluso pensar o dejar que le den pensando.
Justamente de éste último efecto comunicativo que se produce en la población, es desde donde germinarán estas breves reflexiones, pues lo exige el tiempo de incertidumbre que vive la ciudad y la patria; no para desgarrarnos las vestiduras como fariseo impotente, sino con el único interés de aportar con análisis simples, desde nuestra trinchera barrial y con la interculturalidad como pendón; a esa recuperación del sentido final de la vida que, como lo plantea Baudelaire, nos exige tomar un camino para trascender.
Qué difícil ser uno mismo y diferente a los demás en tiempos de una crisis ética mundial. El concepto más simple de identidad se vuelve incapaz en un contexto actual por la ausencia de referentes que no hayan sido vulnerados o que tarde o temprano van a terminar igual que todos. “Ya nadie cree en nadie”, es el resultado parcial de un partido de fútbol que para algunos ya se terminó, pero para quienes padecemos de necedad crónica, terminó para empezar otra vez.
Escuchamos con cierta facilidad ahora que lo mejor es dejar que otros tomen las decisiones, que la política en sí no es buena consejera, que nos vuelve corruptos, que lo mejor es que seamos apolíticos, es decir, que elijamos, de la invitación de Baudelaire, el vino nada más. Pero resulta que, esa actitud apolítica que no es ni podrá ser ni natural ni congénita, es la que podría terminar aniquilando la civilización.
Ser uno mismo, es más una actitud interior, de poesía y virtud, de fondo más que de forma; pues lo exterior está saturado de vacíos de identidad, de un silencio cómplice. Ser uno mismo es entonces, una cuestión de dignidad.