Por: Germán Guamán Tasiguano
Pueblo Kitukara
11 de julio de 2018
Recientemente en una comida con varios compañeros, uno de ellos dijo: – ¡Tengo hambre de 500 años!- Esto se quedó dando vueltas en mi mente. ¿Qué otras cosas tenemos desde hace 500 años? Bueno – Creo que algo muy fuerte que ha quedado en nuestro subconsciente son las relaciones de hacienda. ¿A qué me refiero? Pues a la manera como fueron tratados nuestros antepasados en las haciendas y en los centros poblados mestizos. Una relación de esclavitud, discriminación y maltrato que ha calado hondo en nuestros espíritus. 500 años de este tipo de relación no pueden ser borrados de un plumazo. Desafortunadamente, de manera consciente o inconsciente nuestros mayores han aplicado este mismo tipo de trato dentro de la familia, e inclusive en sus emprendimientos e instituciones.
Lo hemos vivido en el sector público: el grito, la amenaza, la ironía, el discrimen entre hermanos, es a veces la tónica cuando un indígena llega a jefe. Se ha vivido en las familias. El trabajador que no puede revelarse contra los abusos de su patrón, repite estos abusos contra su esposa, contra sus hijos, contra sus vecinos. La cultura del basureo y del menosprecio.
Un ambiente de opresión y de explotación también genera en los oprimidos conductas de resistencia que los ayudan a sobrevivir y hacen más llevadera su existencia. Bellas expresiones culturales de resistencia como el canto del Jahuay en la serranía o los Blues de los afros del sur de EEUU, o el disfrazarse de curas, patrones y militares en el Inti Raymi. En otros casos, lo hemos leído en el Huasipungo de Jorge Icaza, el tener que robarse el maíz del troje o la carne de una res rodada para poder alimentar a la familia, o ingeniosas triquiñuelas como las inventadas por el Lazarillo de Tormes para no morir hambreado por sus tacaños amos han sido argucias que han ayudado pero que hoy han devenido en lo que llamamos: la viveza criolla.
Estamos acostumbrados a este tipo de relaciones, tan es así, que en la actualidad vemos como madres de familia defienden a un docente que apalea a sus hijos, justificando la agresión, diciendo que esa es la única manera de crear disciplina en la juventud; pues así es como hemos sido criados y “Ahora somos gente de bien”. Esto en último caso podría ser cierto, pero da la casualidad a que alguien que ha sido criado así, siempre, o casi siempre va a necesitar de la presencia de una figura autoritaria para poder actuar con disciplina y productivamente, por eso de que “el ojo del amo engorda el caballo”.
Debemos preguntaros: ¿Es esta la única manera de relacionarnos con los demás? ¿Estamos en capacidad de trascender a un tipo de relaciones humanas más equitativas? -Si podemos hacerlo. Está en nosotros la decisión de crear ambientes de horizontalidad, equidad y respeto tanto en nuestros hogares, como en las unidades educativas, en las organizaciones y en los lugares de trabajo. Esto es un proceso que pasa por mejorar nuestra autoestima y también por estimar a nuestros semejantes en su verdadera dimensión, por aprender a mirar con sinceridad al otro, por aprender a decir la verdad sin ofender, en una cultura de diálogo constructivo. ¿Acaso no ha sido esto lo que también nos enseñaron los abuelos?