Por: Semu N. Saant, de la Nacionalidad Shuar
4 de junio de 2018
Hace 10 años ocurrió un debate fugaz en torno a un concepto introducido posteriormente en la Constitución del año 2008: el buen vivir. Sin duda, en todas las culturas del mundo, de forma implícita o explícita se ha determinado un cierto número de características o condiciones que garanticen una vida adecuada para el ser humano. En Ecuador los conceptos de buen vivir de las poblaciones andinas son conocidos, al menos en esencia, esto en ocasiones ha nublado los límites de la diversidad.
El primer límite para definir un concepto de vivir bien lo encontramos en la ética, es decir, el aceptar que nuestras decisiones deben ayudar a que la colectividad pueda gozar del bienestar en libertad, y si no es así, rectificarlo; la ética puede ser más comprensible si lo ligamos a la empatía: la capacidad de identificarse con el otro, resumido en dos frases populares: “no hagas a otros lo que no quieres que te hagan a ti”, “ponerte en el zapato del otro”. Entonces, nuestros discursos de vivir bien deben responder a las necesidades actuales y futuras de nuestra sociedad, colectividad, comunidad. Por tanto, aunque en Ecuador tenemos el vicio de enmarcarnos en ideologías o “justificamos” en ellas nuestras propuestas, lo pragmático es encontrar el diálogo entre la ideología (lo que queremos) y la realidad (lo que existe).
Con cierta preocupación he observado personajes conocidos y no tan conocidos desvalorizando y satanizando los nuevos estilos de vida occidentales o globalizantes, me refiero al uso de las tecnologías de la comunicación, de la vestimenta, de la industria farmacéutica, alimenticia, transporte, entre otros; aduciendo que se puede “vivir bien” sin nada de eso, justificando este argumento en los remanentes históricos del estilo de vida de los pueblos andinos ecuatorianos de hace miles de años, que a grosso modo es, vivir alimentándose de lo que da la tierra y estar “sanos” física y espiritualmente.
Relacionado a la afirmación anterior y como su consecuencia, se desdeña y se intenta prohibir el uso y explotación de los recursos naturales renovables y no renovables, aplicando a estas actividades los peores calificativos y adjetivos, como: daño al ambiente, pobreza, muerte, pérdida de autonomía, de identidad, entre otros. Lo cual no solo demuestra la falta de relación entre idea y realidad en la generación de propuestas, sino, además, un total egoísmo a los grupos que históricamente y en carne padecen de necesidades propias o traídas desde lugares lejanos. El discurso de que la explotación de recursos naturales solo traerá consecuencias negativas y nada positivo, se enmarca al parecer, más en intereses políticos y de espacios de poder, que en tratar de ayudar y mejorar las condiciones de vida de nuestras poblaciones.
El desarrollo en el siglo XXI, año 2018, no se limita únicamente a la acción de generar riqueza monetaria, sino es más complejo y toca varias aristas, podemos defender la idea de que el desarrollo para una sociedad es su idea de cómo vivir bien o buen vivir. En la actualidad, queramos o no, existen enfermedades que no había antes, existen problemas (sociales, económicos, políticos, culturales) que no había antes, existen libertades que no había antes, existen tecnologías que no había antes, la mezcla de estas condiciones y otras más, reflejan hasta cierto punto la realidad de nuestra sociedad. Si para alguien vivir bien es tomar agua del cerro sin tratar, no vacunarse, no usar celular, no usar la gasolina que sale del petróleo, no usar la computadora que tiene productos mineros, no comer pizza porque es de Italia y no de aquí, nadie se lo impide, está en su derecho de hacerlo, más bien, debe ser consecuente con lo que dice y hacerlo.
Pero para quienes hemos observado y vivido las necesidades que tienen los grupos vulnerables de nuestro país se nos hace imposible compartir tan básicos y egoístas planteamientos. El desarrollo que nos dijeron los académicos, políticos y expertos, cómodos y sin compartir las carencias del pueblo común, no sirve, no nos sirve. Es fácil proponer planes, programas y teorías de cómo vivir bien desde afuera, muchas veces respondiendo a intereses personales, que a su vez responden a otros intereses más grandes (económicos y geopolíticos).
El desarrollo, el mejoramiento de vida, el buen vivir, no consiste en abrazar un árbol o mirar las estrellas, para poder vivir bien es necesario solucionar los problemas y necesidades reales de la gente, es necesario cambiar el chip, los recursos monetarios son necesarios para emprender y materializar programas de educación, de emprendimiento, de salud, de trabajo, entre otros. Está en nuestras manos, es nuestro derecho decidir si la minería y la explotación responsable de los recursos naturales es un aliado para el desarrollo y alcanzar nuestro buen vivir; claro, la corrupción, los viejos discursos y el egoísmo deben desaparecer en este proceso de reflexión.
Nuestra Amazonía ha sufrido los embates de la corrupción, del egoísmo, de las ideologías panfleto; el buen vivir, el desarrollo que las poblaciones amazónicas necesita deben responder a ellas, por simple lógica.
Para finalizar, responderé a la pregunta del principio. El desarrollo que nos dijeron, el desarrollo que nos intentan imponer, el buen vivir que nos empujan a perseguir, no es el que queremos, no es el que necesitamos. La explotación minera es un tema de debate central y abierto, no sólo ahora, sino antes, ahora y después, depende de quienes ocupan un espacio de poder utilizarlo para el bienestar de nuestra sociedad, de nuestra gente, del pueblo.
El desarrollo que nos dijeron, ¿es el que queremos?, artículo de Semu Saant. Lea y escucha en #Riksinakuy (https://atomic-temporary-17868035.wpcomstaging.com/). 4 de junio de 2018.