Por: Verónica Yuquilema / 15-05-2018
¡Mija, ya vienen los roba burros, junta todo y esconde la mercadería!
A mis ocho o quizá diez años, en medio de correteos y caídas, comprendí lo que era un <roba burro>. Ese era el nombre con que los comerciantes llamaban a los policías municipales que imponían el “orden” en la ciudad de Guayaquil por disposición del alcalde. Perseguir, maltratar y arrebatar la mercadería de los comerciantes eran las acciones cotidianas en contra de quienes se ganaban la vida vendiendo en las calles.
El significado de los <roba burros>, casi dos décadas después desde que lo viví, no ha cambiado en lo más mínimo y prueba de ello son los innumerables videos que circulan por redes sociales, que muestran los abusos y malos tratos del que son objeto las y los comerciantes.
Más allá del juzgamiento que se pueda hacer al accionar de los policías municipales, pienso que es necesario reflexionar sobre lo que considero es uno de los problemas de fondo.
Uno de los argumentos que sustenta esta persecución a las y los comerciantes es la defensa de la buena imagen de la ciudad; en pocas palabras, la imagen de civilización que desde el punto de vista de los gobernantes locales debe imponerse en las ciudades.
Las teorías sobre el deber ser de una ciudad siempre han surgido desde lógicas ajenas a las nuestras, basta situarnos y mirar la propia organización y distribución urbanista de las ciudades en América Latina que son copy paste de las ciudades europeas, fruto de la herencia colonial.
Lo propio ocurre con la mirada que damos al comercio denominado informal en Ecuador. Dado que la imagen de vendedores y vendedoras en las calles no contribuye a la idea homogeneizada de lo que debe ser una ciudad, entonces, se la criminaliza.
Las y los comerciantes que hacen de las calles sus lugares de trabajo dan respuestas a las necesidades que ningún gobierno local ni nacional ha hecho eco, son estas personas emprendedoras las que desde su forma de hacer economía sostienen de algún modo la propia economía del país y dan una propuesta de hacer y ser ciudad.
Y sí, por supuesto que es necesario una organización. Claro que es preciso mejorar las condiciones en que debe darse ese comercio, pero las respuestas no surgen desde la imposición y mucho menos con sesgo homogenizante que recrean modelos ajenos a nuestra realidad; sino, desde una minka colectiva que permita construir ciudades con pertinencia cultural y social.
La respuesta no está dada, todo está en la posibilidad de co-razonar colectivamente para construir caminos propios.
Entre ‘roba burros’ o policías municipales, el comercio ‘informal’ resiste y propone, artículo de Verónica Yuquilema. Lea y escucha en #Riksinakuy (https://atomic-temporary-17868035.wpcomstaging.com/). 15-05-2018