Por: Inti Cartuche Vacacela
Kichwa, Saraguro. Sociólogo
Febrero 04 de 2019
Los últimos años hemos visto crecer cada vez con más fuerza las movilizaciones de las mujeres en todo el mundo, millones en las calles exigiendo “cambiarlo todo”, frase que nombra todas o casi todas las opresiones contra las que se lucha: machismo cotidiano y estructural, violencia y agresión normalizada, leyes a favor del aborto y la educación sexual, políticas de empleo y contra las deudas financieras, entre otras.
El feminismo es una corriente política, teórica y ética que no es nueva. Ya en la década de los 70s del siglo pasado en algunos lugares del mundo se discutía sobre las diferentes dimensiones de la opresión sobre las mujeres en sus diferentes contextos. De esas discusiones han ido tomando forma diversas posturas con respecto al tema, y se ha ido complejizando en tanto se han conjugado otras dimensiones de la opresión de género tales como el capitalismo, el racismo, la colonialidad. Esto es que la opresión de las mujeres por los varones no tiene que ver solamente con una cuestión de género, sino que también está relacionado con las dominaciones raciales, por cuestiones de dominación colonial, pero también con la pobreza y la explotación capitalista. El cruce entre esas diferentes realidades ha dado por resultado que el feminismo sea diverso.
De todas formas, las movilizaciones actuales en diferentes lugares del mundo responden a las condiciones cada vez más difíciles por las que trascurrimos como humanidad: desastre ambiental, expansión de la xenofobia y el racismo, pobreza por todo lado, violencia contra las mujeres, pueblos indígenas y sectores populares, crisis económica normalizada. Todos estos problemas han puesto riesgo la vida misma. Los feminismos actuales están poniendo en el centro de la discusión la reproducción de la vida en las condiciones actuales. De ahí su fuerza y profundidad crítica como ningún otro movimiento. Cuestiones como la posibilidad de decidir sobre su sexualidad, su capacidad materna, pero también sobre el trabajo digno, sobre la relación entre la opresión patriarcal y el cercamiento de los territorios indígenas y campesinos alrededor del mundo, logran tejer un sinnúmero de exigencias en el feminismo actual. Por eso la frase “queremos cambiarlo todo”.
Frente a eso las compañeras indígenas van poco a poco también conversando con los feminismos. Así en la actualidad se puede observar el surgimiento de movimientos de mujeres indígenas que empiezan a discutir sobre la violencia patriarcal. Pero, a la vez lo van reconfigurando de acuerdo a sus propias experiencias de vida personales y colectivas, es decir como mujeres y como parte de un pueblo indígena: bajo la problemática de la violencia en los hogares, en la comunidad, y en los territorios en relación a sus compañeros de hogar y comunidad, pero también frente a los estados y el patriarcado.
De todas maneras, el problema del patriarcado en nuestras sociedades indígenas y mestizas se encuentra siempre con el primer muro conformado por nosotros mismos, los varones parte de hogares indígenas y de las comunidades y organizaciones. Siento que en nuestras sociedades indígenas, estamos aún muy lejos aún de ser capaces de asumir la presencia del patriarcado, y mucho menos de combatirlo, sobretodo por nosotros como varones indígenas. Parece que va a ser un proceso que tomará algún tiempo más.
Y no es de extrañar si recordamos el peso de la religión católica mayoritariamente conservadora que ha conformado también nuestras formas de ser-estar en el mundo, y de relacionarnos con las mujeres y con nosotros mismos. Formas de ser-estar –es decir de subjetividad– que son patriarcales y por tanto machistas y sobretodo arraigadas por la dominación colonial y la religión cristiana por más de cinco siglos. Religión que ha promovido generalmente la dominación de los varones por sobre las mujeres a lo largo y ancho de la historia.
Así, por ejemplo la visión patriarcal de la religión cristiana tuvo que destruir o negar las relaciones de género en algunos pueblos indígenas anteriores a la conquista. Se sabe que en el antiguo Perú y en México muchos pueblos reconocían no solamente dos géneros –masculino y/o femenino– sino también otros. De igual manera, existen muchas referencias en las crónicas de los primeros españoles acerca de la presencia de prácticas y relaciones homosexuales, que no sólo que eran normales, sino que en algunos casos fueron concebidos como actividades sagradas o vinculadas a cultos religiosos antiguos. Todas esas practicas y concepciones de género fueron aniquiladas, perseguidas o denigradas por los curas cristianos y los conquistadores, ya que no correspondían con su visión patriarcal y machista del mundo.
De igual forma, en los Andes se destruyó el poder de las mujeres, quienes podían disponer de sus propias tierras al igual que los varones, que en cierta medida tenían cierta igualdad de poder frente a los varones. Existen hoy muchos estudios sobre el poder femenino en las sociedades precoloniales, y de las formas como la iglesia, el estado colonial y el patriarcado destruyó en gran medida. No solamente a nivel material, como en el caso de la exclusión de las mujeres del acceso a la tierra y medios de existencia por cuenta propia, de los saberes colectivos femeninos, sino también a nivel del imaginario social y de la subjetividad. Por poner un ejemplo, la historia mítica de los incas tiende la mayorías de las veces a ignorar el papel de las mujeres en la construcción del Tawantinsuyu, o dejando enterrado la figura valerosa de Mama Huaco como una de los personajes claves en la conquista del Cuzco pre-inca. En términos generales la conquista intensificó la dominación patriarcal sobre las mujeres indígenas, quitándoles poder social, denigrándolas socialmente y volviéndolas dependientes de los varones. Son de esas y otras negaciones coloniales patriarcales de las que debemos hacernos cargo también como pueblos indígenas y como varones indígenas.
Muchas veces y sobre todo los varones indígenas tenemos tendencia a renegar de los cuestionamientos de los feminismos, aduciendo que es un pensamiento “occidental”, “foráneo” y anteponiendo la cultura para no aceptar que en nuestras practicas masculinas cotidianas y sociales existe machismo. Al contrario, si realmente recurriéramos a nuestra cultura tendríamos que aceptar que por ejemplo, la famosa idea de que el mundo andino está conformado por una dualidad complementaria entre warmi-kari, es imprecisa y probablemente incompleta o, una forma binaria de origen moderno y por tanto patriarcal que nos ha hecho pensar que todo es solamente masculino y/o femenino excluyendo las múltiples prácticas homosexuales o transgenéricas que los pueblos pre-conquista tuvieron, y que en la actualidad dentro de las comunidades son ocultadas o reprimidas la mayoría de las veces. ¿Qué tanto de nuestras culturas y prácticas cotidianas no están mezcladas con lo moderno, con lo patriarcal? ¿Cómo vamos a sentir y actuar ante la homosexualidad indígena que ha empezado a visibilizarse en algunas comunidades, que no sea desde la exclusión o el rechazo? ¿Cuál va a ser nuestra posición como pueblos indígenas y como varones ante el tema del aborto, que no sea desde el señalamiento moralista y católico?
Siento que más bien el cuestionamiento feminista a la desigualdad de género puede ser útil para empezar a pensarnos y sentirnos de otras formas, incluso poniendo en cuestión algunas prácticas culturales que pensamos que son “naturales” o “ancestrales”, y más bien empezar a reflexionar y actuar sobre nuestras maneras machistas de ser-estar en la vida. Puede ser posible que, en lugar de usar la cultura para enfrentar el cuestionamiento del feminismo, la usemos para reflexionar y actuar en pos de la igualdad entre los géneros, de relaciones no violentas. Podemos pensar por ejemplo que en la época incaica las mujeres podían heredar tierras directamente sin necesidad de un varón, o que existía en gran medida posibilidad de descendencia matrilineal, a la par que la patrilineal.
Se trata de tomar los cuestionamientos de los feminismos y abrirnos como sociedades y varones a re-sentir y re-pensar nuestras prácticas y pensamientos conformados por el patriarcado. Al final el feminismo busca que las relaciones entre hombres, mujeres y otros géneros–sean las que sean– puedan ser desde el respeto, la equidad, la justicia y la libertad.
El sistema patriarcal está atravesado en todas las comunidades indígenas institucionalizados en la familia, la comunidad y el Estado; es necesario mirar las estructuras sociales y políticas comunitarias donde operan estos sistemas hegemónicos de desigualdad, miradas que permitan deconstruir esas estructuras que nos atraviesan.
Qué interesante artículo, sin embargo, se habla de muchas categorías que necesitan una mayor profundidad.
Saludos Cordiales
Edgar Chimbo