Por: Verónica Yuquilema Yupangui
Kichwa de la Nación Puruhá. Abogada
Septiembre 20 de 2018
Con la conquista española, leer y escribir se convirtió en sinónimo de civilización, este argumento arbitrario fue usado para categorizar automáticamente a las y los “indios” y negros como analfabetizados/incivilizados, la ciencia y conocimiento que mantenían estos pueblos eran simples mitos, ritos, creencias paganas y primitivas, fruto de su inhumanidad. En los primeros siglos de colonización, “indixs” y “negrxs” fueron prohibidos de aprender a leer y a escribir, era un privilegio para la clase criolla/española, éstos tenían su lugar asignado: la servidumbre y la esclavitud.
Frente al sistemático proceso de asimilación, nuestras culturas resistieron y lucharon con behemencia en contra del sistema colonial y capitalista que los dominaba y vieron en la educación uno de los caminos para su liberación y dignificación. La incursión en el campo educativo dominado por la lógica colonial eurocéntrica no ha sido fácil y desde sus inicios ha implicado la represión y ocultamiento de nuestro ser runa o negro, el ejemplo más cercano en el caso de la población runa es el del conocido médico runa Eugenio Espejo, quién tuvo que realzar su “sangre e identidad española” para conseguir ingresar al sistema educativo en el siglo XVIII.
El siglo XX marca uno de los tiempos más rememorados de la historia runa, en ese siglo y en la zona montañosa de Ecuador, Mama Dolores Cacuango junto a otras personas sembró las semillas de una educación en lengua propia, lo hicieron clandestinamente porque en la época era prohibido hablar en kichwa. Las luchas incansables del Movimiento Runa finalmente logran que en 1988, tras siglos y siglos de rezago se inaugurara el Sistema de Educación Intercultural Bilingüe SEIB.
En ese mismo siglo varios de nuestros padres e incluso abuelos que ahora tienen entre 50 y 80 años habían conseguido acceder al sistema educativo colonial, en su mayoría lograron ser profesoras y profesores. La educación recibida por estos primeros profesionales estuvo marcada por la represión e inferiorización sistemática de lo “indio”, los castigos físicos e insultos para que no hablaran en kichwa y hablaran de forma correcta el castellano, las burlas, los golpes y las humillaciones eran cotidianos, dentro y fuera de las aulas. Quienes resistieron y abrazaron con amor lo runa, lo hicieron por su fortaleza y convicciones bien cimentadas desde el co-razonar de sí mismos y de su ayllu.
La generación que nace a finales del siglo XX –también hago parte de ésta-, abrió sus ojos en un nuevo tiempo: “lo peor ya había pasado”. Varios y varias de esta generación hemos logrado alcanzar, no sólo títulos de tercer grado sino también de cuarto nivel, algunos incluso pos-doctorados. Si bien aún queda mucho por hacer para que esa educación sea para todos y todas, lo es mucho más para lograr una educación realmente intercultural que reconozca y respete la diversidad epistémica y ontológica de un país como Ecuador.
Las y los runakuna, algunos desde el jardín y otrxs más tarde, accedimos a centros académicos cuyas bases pedagógicas y epistémicas respondían y siguen respondiendo al pensamiento de una cultura totalmente eurocentrada, una educación que refuerza conscientemente la jerarquización racial, clasista y sexista, que en ningún momento cuestiona el lugar privilegiado y superior de la población blanco/mestiza y de su proyecto de civilización; y, que por el contrario, ha llevado a los pueblos subalternizados –negrxs, runakuna y otrxs- a culpabilizarse y avergonzarse de sus diferencias y empobrecimiento, direccionándolos hacia la lógica de competitividad, meritocracia, individualismo y reproducción de jerarquías al interior de sus lógicas de vida.
El sistema educativo en nuestro país es colonial y eurocentrado, lo es y los jóvenes profesionales runakuna de nuestra generación somos el resultado de eso. Nos han colonizado al nivel de idolatrar al propio colonizador, al capitalismo y también, al patriarcado. Solo basta con mirar la arrogancia que demostramos cuando regresamos (si regresamos) a la comunidad, a la tierra con “los nuestros” e hilando más fino, podemos reflexionar sobre el sentido que ha ido tomando la dimensión de lo profesional en nuestro entorno runa.
El proyecto de civilización iniciado con la conquista española no ha concluido, se sigue fortaleciendo e infelizmente, la mayoría de los jóvenes profesionales runakuna estamos siendo sus fieles serviles. Nuestra formación academicista nos domina, nos hace rechazar consciente o inconscientemente nuestras raíces epistémicas y nos aleja cada vez más de nuestros sentidos y formas de vida ligados a principios de comunitariedad. Pero esto no es casual, era totalmente previsible.
Una educación en la que ningún “héroe nacional” es negro o runa; en el que se humoriza, folcloriza y menosprecia al runa y al negro; en el que la ciencia y conocimiento de la población runa es shamanería y mito; en el que nos enseñan el método científico como camino único para crear ciencia y conocimiento es predecible que tarde o temprano rechacemos nuestro ser runa y contribuyamos con los ojos cerrados a la reproducción del pensamiento hegemónico colonial, capitalista y patriarcal. Este tipo de educación es tan solo una de las formas que ha utilizado el sistema hegemónico para fraccionarnos, podemos hacer la misma lectura en el tema religioso, por ejemplo.
La idea del “buen salvaje” implantado por la colonia, hoy en día, puede ser leído como la idea del runa “bien educado”, “bien comportado” siempre y cuando lo hagan dentro de los estándares de sociabilidad y civilización determinados por la cultura blanco/mestiza, los que se enfrentan y se rebelan en contra de estos estándares siguen siendo “indios alzados”, “tirapiedras”, “resentidos”, “subdesarrollados”, “pachamamistas”.
Darle un giro a ese proyecto civilizacional dominante es una responsabilidad ética que nos corresponde a cada unx de nosotrxs y quienes estamos en el entorno académico podemos asumirlo desde el cuestionamiento, la crítica al sistema educativo dominante, y sobre todo, contribuyendo a la re-construcción de nuestras propias formas de ser, sentir, pensar y hacer academia y de vivir, caminando y aprendiendo junto a los abuelos y abuelas, a los procesos sociales y organizativos. Un buen inicio podría ser, simplemente, respetar y valorar el conocimiento de nuestros abuelos, abuelas, líderes y lideresas, la tierra que nos acuna y nos alimenta.
Volver al saber de las y los abuelos, de la tierra, de la comunidad – más allá de lo meramente geográfico, pre-situado y categorizado- es el camino para reconciliarnos y re-encontrarnos como pueblos y personas con principios civilizacionales verdaderamente humanos. Es posible, estamos en el camino, necesitamos sumarnos a esta minka por el fortalecimiento de nuestro runa kawsay. ¡Kimiripashun!