Por: Ollantay Itzamná[1]
Quechua, del Cusco-Perú
Agosto 13 de 2018
Todas las vestimentas utilizadas por los diferentes pueblos subalternizados tienen un origen, un devenir histórico, y una intencionalidad ideológica.
Ocurrió en el incario, cuando a cada pueblo, dentro de la jurisdicción del incario, le correspondía un vestido diferente al resto. Ocurrió durante la Colonia española, especialmente mediante la instauración de las reducciones indígenas (bajo el control civil-militar). Y, ocurre en los actuales estados republicanos etnofágicos, mediante la folclorización comercial de las vestimentas indígenas.
¿Para qué se diseñaron y utilizaron los trajes indígenas desde el poder central?
Controlar. Los poderes centrales, en diferentes épocas, crearon o promovieron el uso obligatorio de trajes diferenciados entre pueblos subyugados, con la finalidad de controlar dichas población al servicio del poder central.
Los poderes políticos prehispánicos, ni la Corona española, tampoco los estados republicanos (en su mayoría), contaron con un sistema único de registro de la población. Por, lo tanto, el chip de control demográfico más utilizado fue el uso obligatorio de trajes diferentes para sus subalternos.
Durante la Colonia española, el uso del traje (en muchos aspectos recreados sobre tejidos prehispánicos) fue la base para el explotación laboral y subyugación de los pueblos.
Estratificar. Las sociedades prehispánicas, el régimen colonial europeo, y las propias repúblicas nacientes, en relación a los pueblos subalernizados, fueron altamente estamentarios. Y, las vestimentas utilizadas, no sólo evidenciaba ello, sino que era el mecanismo para mantener vigente dicha clasificación social.
Que un indígena desease, aunque con sentimiento de culpa, vestir como el patrón, era lo más recurrente. Pero, que el patrón deseara vestir ropa de la servidumbre indígena. Era impensable. Seda para el patrón, bayeta para el indígena, era la Ley.
Durante las repúblicas, fueron los gobiernos liberales quienes promovieron, mediante políticas públicas el mestizaje cultural, e incluso el mestizaje genético. Pero, incluso esas políticas continuaron afianzando la auto conciencia de “indeseados” y “derrotados” en las poblaciones que llevaban traje indígena.
Moralizar. La moral fue uno de los vehículos de dominación/subordinación más eficientes que utilizaron los “vencedores” sobre los “vencidos”.
Durante la Colonia española y las repúblicas, el recurso de la moral cristiana racista y centrada en el pudor y sexualidad fue de los más eficientes para la dominación de los cuerpos y territorios de los otros.
Cubrir/esconder el pecaminoso cuerpo de las mujeres indígenas, con la mayor cantidad de prendas de vestir, era una tradición del dualismo cristiano patriarcal (que asume el cuerpo de la mujer como puerta del infierno).
De allí viene el por qué a nuestras madres y hermanas indígenas las envolvieron con trajes gruesos, incluso en tierras tropicales como Centro América. Sobre ellos se afianzó el machismo que mantiene, casi exclusivamente, a las mujeres indígenas uniformadas con trajes indígenas, mientras los varones indígenas podemos vestir como querramos (sin mayor homeostasis social que sólo aplica para ellas)
Folclorizar. Con el advenimiento de la industria del turismo multiculturalista, los bicentenarios estados republicanos, sin dejar de saquear territorios y cuerpos indígenas, recurrieron a “vender” los trajes indígenas como perfectos ganchos para atraer los dólares y euros de turistas “con categoría”, hacia países exóticos, donde los indígenas continúan en situación servidumbral.
Así, las vestimentas indígenas, que oficialmente fueron un chip de control, estratificación y moralización, se convirtió en un elemento constitutivo de “marca país” para promover la industria del turismo. Y, lo más fregado, el sistema etnofágico formó, profesionalizó a los mismos indígenas como perfectos doctrineros para adoctrinarnos y distraernos con discursos como: “nosotros somos pueblos predilectos, con indumentarias milenarias. No debemos meternos en políticas”.
Considero que el mayor impacto nefasto de la folclorización de la vestimenta indígena es la existencia de mayorías demográficas indígenas en situación de miseria, condenados a los nichos laborales indeseados. Moral y culturalmente casi imposibilitados para convertir su mayoría demográfica en mayoría política.
Históricamente, los trajes que aún llevamos algunos pueblos indígenas tienen las improntas de los dominadores. Y continúan cumpliendo las funciones para las que fueron diseñados/impuestos. Eso no quiere decir que nuestros abuelos hayan carecido de textiles propios. Pero, las vestimentas actuales de nuestros pueblos son fruto de las históricas relaciones de poder de nuestros pueblos con los otros.
El reto nuestro es, superando el folclorismo indumentario en el que muchas veces nos agotamos, apostar por la defensa y el ejercicio de nuestros derechos políticos. Entre ellos nuestro derecho a la restitución de nuestros territorios y nuestros autogobiernos auténticos. Sólo así, la defensa del carácter “milenario” de las vestimentas indígenas serán genuinas y de buena fe. De lo contrario, el folclorismo indumentario siempre sonará a colonialismos internos, con doctrineros indumentarios indígenas.
Ollantay Itzamná
Defensor latinoamericano de los Derechos de la Madre Tierra y Derechos Humanos
https://ollantayitzamna.wordpress.com/
@JubenalQ
[1] Ollantay Itzamná, es quechua, de una comunidad del Cusco-Perú. Hijo de la Madre Tierra. Víctima de su formación académica en Derecho, Antropología y Teología Católica. Vive su etapa post académica, reaprendiendo y haciendo caminos con los pueblos indigenas de Abya Yala, desde una comunidad rural maya.